[haz click aquí para descargar la versión pdf]
La compuerta
metálica de la cúpula se abrió para que la nave pudiera aterrizar, dejando
pasar también la tormenta que rugía en el exterior. Los escasos segundos fueron
suficientes para que la figura que esperaba en la pista de aterrizaje quedara
empapada, pero a la anciana que esperaba no parecía importarle, miraba la nave
y a su ocupante sin mostrar extrañeza por su visita, aunque debía saber que
Perséfone ya no trabajaba para Hades.
—Casandra —la saludó con cortesía cuando estuvo a su altura. La anciana
respondió con un movimiento de cabeza. Había tomado su nombre de la adivina
troyana, aunque ella no era capaz de predecir el futuro. «Pero traigo
desgracias con mis visiones», solía decir, justificando su elección. Casandra
podía ver el pasado. Cuando Hades la reclutó lo único que le pidió fue
instalarse allí, en aquel asteroide inclemente apartado de las rutas conocidas.
Le construyeron la cúpula que protegía su hogar de la lluvia y el viento y la
dejaron sola. Nunca se alejaba de allí, era Hades el que acudía a ella cuando
necesitaba conocer hechos del pasado para tomar decisiones. Casandra siempre le
había dado la razón y Perséfone se había preguntado si lo que veía la mujer era
realmente cierto o si sería una charlatana que les decía lo que querían oír.
Era demasiado tarde para arrepentirse, ya estaba allí. Iba a comprobarlo.
Casandra la condujo hasta un edificio pequeño que se levantaba cerca de
una de las paredes de la cúpula protectora. Perséfone nunca había entrado en la
casa, cuando acompañaba a Hades prefería quedarse fuera, esperándolo, sin
querer inmiscuirse en algo privado y deseando marcharse pronto de allí. El
asteroide tenía atmósfera respirable, pero el tiempo era tan inclemente que
nadie hubiera podido sobrevivir fuera del recinto cubierto. Ninguna estrella lo
iluminaba y estaba permanentemente a oscuras, solo se veían luces en el
interior de la casa y, sin descanso, se escuchaban los golpes del viento sobre
la cubierta que los aislaba, como si fuera a romperse en cualquier momento.
La casa era muy pequeña. Casandra la condujo hasta una habitación sin
ventanas y le pidió que se sentara en torno a una mesita redonda. Los muebles
tenían una altura más baja de lo habitual y a Perséfone le resultaron un poco
incómodos. Todo estaba hecho a medida de la anciana. Casandra era de baja estatura,
de huesos pequeños y frágiles y sus cabellos encanecidos le llegaban hasta la
cintura. Se sentó frente a ella, sus ojos azules eran la única nota de color en
un rostro demasiado pálido.
—Te puedo ofrecer una taza de té, pero tienes prisa.
Sí, quería alejarse de allí cuanto antes, ni siquiera estaba segura de
que ir hubiera sido una buena idea… pero necesitaba tanto saber. Aceptó de
todas formas la taza de té, intentando ser amable con la anciana. Tenía un
suave aroma a canela.
—¿Cómo lo soportas? —el viento parecía más violento a cada minuto que
pasaba, Perséfone no podía evitar que su mirada se desviara al techo, como si
fuera a salir volando.
—El silencio es mucho peor.
—¿Estás segura? —Perséfone tenía sus dudas—. Podrías vivir en otro sitio.
«Hades te llevaría a donde quisieras», era el comentario implícito.
Casandra miró al techo también, quizás pensando en otro lugar del que había
huido. ¿Quién era ella para dar consejos? Sabía lo que podía doler volver al
hogar. A veces era mucho mejor añorarlo.
—Aquí estoy tranquila. Y me gusta pensar que hay algo ahí fuera que puede
arrastrarme —contestó al final.
—Supongo que yo prefiero sentirme segura.
—Por eso has venido ¿no? Y, sin embargo, tal vez encuentres algo que no
deseas, algo que te rompa.
Perséfone suspiró, sabía que lo que encontrara no iba a ser agradable,
fuera lo que fuera.
—Algo que me arrastre… —susurró. Casandra negó con la cabeza.
—No, para que te arrastren tienes que dejarte llevar. Y no es fácil. Yo
sigo aquí, bajo la cubierta firme de la cúpula… —extendió las manos, esperando
que Perséfone las tomara, pero ella se mantuvo retraída, dudando. Había marcha
atrás, si no deseaba verlo.
—Este lugar tiene sus ventajas —continuó Casandra—. No veo el presente,
no sé en lo que se ha convertido la gente que aparece en mis visiones. Es una
sensación incómoda cuando tu cuerpo está en un lugar y tu mente en otro, las
cosas no encajan bien. Y la gente que te rodea también se siente incómoda.
Aislada todo es más fácil.
«Entiendo por qué Hades necesita ser justo. Para poder venir y mirarte a
los ojos sabiendo que no tiene nada que ocultar, ninguna vergüenza que lo
manche. Ningún error. Y yo tengo tantos…»
Pero estaba allí y Casandra esperaba, Perséfone sacó la gorra del bolso y
la giró entre sus dedos antes de ponerla sobre las pequeñas manos de la
anciana. Fue solo un momento que ella aprovechó para agarrarla con sus dedos
cortos, dejando que el objeto cayera sobre la mesa, tirando de las muñecas de
Perséfone hasta su rostro.
—Cierra los ojos, querida —pero ella no los cerraba, ella la contemplaba
con su mirada azul, tan fría como sus dedos. Quizá ya estaba teniendo una
visión. ¿Qué le diría? Perséfone asintió y obedeció, aspirando con fuerza. Las
manos de Casandra estaban muy frías, entumecidas, como si fueran de hielo, pero
eran firmes y tiró de ella hasta que los dedos rozaron el borde de sus ojos
abiertos. La presión cesó sobre sus muñecas y Perséfone apretó los dedos sobre
la piel de la anciana.
—Se llamaba Jacob… —murmuró, pero no era necesario. Casandra sabía qué
era lo que ella necesitaba ver. Perséfone se sorprendió porque no había
oscuridad dentro de los párpados cerrados.
***
En el espacio no
había días ni noches, las naves espaciales no necesitaban ventanas para
contemplar el vacío en el que se mueven y es un sistema de cámaras,
estratégicamente situadas, lo que permite ver el exterior cuando los radares
necesitan apoyo visual. La pantalla cuya imagen puede dividirse para mostrar
veinte puntos de vista distintos estaba apagada, la mitad del panel de manos
inservible y Jacob había desconectado el piloto automático, esforzándose por
mantener estable el aparato con el control manual.
No estaba nervioso, sus músculos no temblaban. El rictus de su rostro se
mostraba preocupado, pero no tenso. Sintió un golpe tan fuerte que hizo temblar
la nave y activó una de las cámaras. En la pantalla apenas se veía el morro de
la nave que lo perseguía, aunque seguía allí. No iba a poder librarse de ella.
Apagó la cámara antes de sentir un nuevo golpe. «Siempre detrás», murmuró. «No
puede estar mucho mejor que yo».
El radar detectó al fin un cuerpo sólido, lo bastante grande como para
ser un planeta. Jacob emitió un suspiro de alivio. Intentó encender de nuevo el
panel de control, pero las zonas apagadas eran mucho más abundantes que las que
permanecían encendidas. Dio toda la potencia posible a sus motores, para
impulsarse hacia el punto que cada vez se hacía más grande.
Todo era cuestión de prioridades.
«Veremos si aún me sigues».
Un nuevo golpe le indicó que la nave continuaba detrás. Sonrió. Se había
convertido en una compañera, de alguna forma no estaba solo. Soltó entonces los
mandos y se reclinó en el sillón.
—Pat, estarías orgullosa de mí.
El golpe al estrellarse la nave fue mucho más violento que los anteriores.
Todo se volvió oscuro, todo quedó en silencio. Era como si lo hubiera engullido
un agujero negro.
***
Perséfone
reprimió el grito en su garganta y abrió los ojos, intentó apartar las manos,
pero Casandra le sujetó los dedos con fuerza y la obligó a permanecer allí, con
las yemas pegadas a su rostro.
—Aún no lo has visto —dijo la anciana y Perséfone pensó que había
contemplado lo suficiente, que no deseaba saber más. ¿Cuántas horas podía
tardar su hermano en agonizar? ¿Quería sufrirlo? Habría sido distinto si
hubiera podido decirle que estaba allí, con él, que no estaba solo. Las manos
de Casandra aflojaron la garra, la dejaba escapar, pero Perséfone no aprovechó
para retirarlas. Contuvo las lágrimas. Ella no lloraba.
«Siempre he sido fuerte. He venido para esto. Sabía lo que iba a ver».
Cerró los ojos de nuevo.
***
La nave
permanecía en la oscuridad más completa, pero el silencio se había poblado de
pequeños sonidos, algo metálico que se desprendía y rebotaba, la voz de Jacob
emitiendo un quejido que parecía más de fastidio que de dolor. Se encendió una
de las luces de emergencia y el joven piloto se volvió hacia ella con un
suspiro de alivio. Su cuerpo grande y recio había aguantado bien el golpe;
Jacob era como el toro que muere embistiendo y eso era lo que acababa de hacer,
una embestida con la que había pretendido librarse de la nave que lo perseguía.
Activó las cámaras para localizar la nave enemiga. Hasta que no viera el
exterior vacío no se convencería de que ella había dado marcha atrás. Suspiró.
Estaba a pocos metros de la suya, semienterrada en aquel paisaje yermo donde se
habían estrellado. Los sensores térmicos detectaron calor dentro. Ella estaba
viva.
—A veces hay que saber rendirse —Jacob se encogió de hombros. No podía
hacer más. Que lo hicieran prisionero tampoco era tan malo.
—Kain nunca aceptaría perder, se revolvería y atacaría. Pat me diría que
no necesito ser un héroe, que me cuide, aunque ella… al final ella también se
revolvería. Es cuestión de carácter. Yo puedo esperar tranquilo, al final
siempre se encuentra una oportunidad.
***
Perséfone se
sintió confusa. Había esperado encontrar dolor y sufrimiento, había deseado que
fuera rápido… y, sin embargo, la última imagen que había visto le mostraba a un
Jacob tranquilo. Sus ojos ahora abiertos contemplaban la gorra que descansaba
sobre la mesa, como si ahí estuviera la respuesta, temía levantar la cabeza y
encontrarse con la mirada azul de Casandra, su rostro afilado de bruja, sus
labios finos que se entreabrían en una sonrisa que nunca tranquilizaba.
—¿Descansamos? —sugirió la anciana. Le había soltado las manos y las
imágenes habían desaparecido del todo. La habitación, sin alfombras, sin
adornos en las paredes, le parecía a Perséfone un lugar aún más desolado que
aquel en que había dejado a Jacob. Parpadeó. No terminaba de comprender lo que
estaba viendo, pero no iba a detenerse.
—No —respondió con más firmeza de la que había pretendido emplear.
Presionó sus dedos contra las sienes de Casandra y volvió a cerrar los ojos—.
Estoy bien, Casandra. Puedo verlo.
«Puedo soportarlo».
—El pasado no es como lo imaginas, no es una línea recta, tal vez
tardemos un poco en llegar al lugar que estamos buscando.
Perséfone asintió, pero no retiró las manos. Cerró los ojos incluso antes
de sentir los helados dedos de la anciana rodeando sus muñecas.
***
Jacob se había
dejado caer de rodillas en el suelo, con la cabeza gacha, como si estuviera
mareado. Llevaba un uniforme en el que no lucía los colores de Blugdor y que
estaba hecho trizas, la parte de sus brazos que no estaba cubierta por los
brazales sangraba por multitud de cortes y respiraba con dificultad. Sentía
que, si intentaba levantarse, caería redondo al suelo y no podía hacerlo. No
aquella vez, que había ganado. Quizás había sido el único que había derribado a
Ángela Mason en toda su vida. Le había costado muchas sesiones de entrenamiento
y casi se les había ido de las manos. A los dos. ¿Se habrían preocupado los
científicos de batas blancas? Podían haberlos perdido a ambos. «Ha merecido la
pena», murmuró. Sabía que ella no se lo perdonaría nunca.
Nadie se acercó a ayudarlos, aunque Jacob era consciente de los ojos que
lo observaban. La famosa espada que blandía ella había caído al suelo y estaba
muy cerca de él, sólo tenía que extender el brazo para cogerla. No lo hizo. Le
tenía mucho respeto a su contrincante, incluso estando desarmada e
inconsciente.
La llamaban Filo Omega y era ella misma como una espada: Alta, delgada,
fibrosa. Se movía con una firmeza y una elegancia que Jacob envidiaba; a su lado
él parecía un buey lento y torpe. Sabía que tenía otras virtudes: era fuerte,
seguro, paciente y esa era su ventaja. Esperaba mientras ella se encolerizaba.
Jacob sentía que no tenía nada que demostrar, para él sobrevivir ya era
suficiente mientras que para Ángela cada nuevo combate era una prueba.
Hasta aquel día los había ganado todos, ahora él podía presumir de ser el
único que la había derrotado y eso le hacía fruncir el ceño. Se lo haría pagar,
cuando despertara.
Jacob pensó que de todas formas no debía importarle. «Sentir odio es tan
triste». No se sorprendió cuando instantes después sintió la hoja de la espada
apretándose contra su garganta.
—No has debido darme la espalda, traidor.
Él no contestó. Mantuvo la calma. Ni siquiera intentó darse la vuelta.
—Ya deberías saber que no tengo tanto orgullo como para morir por él. Me
rindo, he tenido suficiente combate por hoy.
Ángela no bajó la guardia. Estaba claro que lo consideraba un cobarde, lo
despreciaba, pero sus superiores no permitirían que lo matara. Tal vez si no la
estuvieran observando las cosas habrían sido distintas y la espada presionaría
más sobre su garganta. La apartó y bufó. Algún día estarían solos, en alguna
parte.
En la puerta de entrada de la sala de entrenamiento aparecieron los investigadores,
que se acercaron a quitarle las partes de la armadura que estaban probando.
Jacob llevaba los brazales y no se había sentido cómodo con ellos, le parecía
que entorpecían sus movimientos aunque le daban más fuerza a su brazo. Ella
llevaba puesto el peto y se sentía con él como si llevara una segunda piel, o
eso afirmaba. La servoarmadura aún no estaba lista, ni siquiera aquellas piezas
que probaban eran las definitivas, pero Filo Omega afirmaba que tenía que ser
para ella. No podía ser para un traidor que se cambiaba de bando.
Jacob pensaba que era irónico que confiaran más en él que en ella, pero
cada día sentía más que era así. La saludó antes de marcharse con una
inclinación respetuosa que ella entendió como una burla. Sus ojos negros
chispearon de rabia. No, no querría encontrarla nunca a solas en un callejón
oscuro.
—Hasta la próxima vez —Jacob no pudo evitar sonreír, sabía que eso la
hacía rabiar—. Espero que sea tan agradable como esta. A ver si algún día
luchamos en igualdad de circunstancias, con la armadura completa.
—Nunca seremos iguales. –le espetó ella—. Y esta vez solo has tenido
suerte.
—Ya veremos, yo soy un buen soldado… y tú ya tienes una edad...
La mano de ella apretó el puño de la espada, pero no llegó a
desenvainarla. Dejó que se alejara, observándolo con el ceño fruncido. Sus ojos
le decían que en el próximo enfrentamiento se resarciría de su derrota,
demostraría que era ella la que merecía llevar la servoarmadura. Aunque aún no
estuviera terminada, ya era parte de ella.
***
—¿Qué estoy
viendo?
—El pasado.
—¿Hemos retrocedido? ¿Hemos ido hacia delante?
—Es difícil saberlo.
—Mi hermano no era un traidor.
—A veces hacemos cosas que no imaginamos que podríamos hacer.
—Nosotros, pero no quien nos conoce, yo sé que mi hermano no era un
traidor.
—¿Amaba Blugdor?
—Nos amaba a nosotros. A Kain y a mí. Iba a buscarme.
—Tal vez por eso traicionó a las colonias.
«¿Por mí? Por lo que esperaba que yo fuera, por donde esperaba
encontrarme... Siempre hago daño»
***
Se dejó conducir
por los guardias que lo custodiaban, con la cabeza gacha, atravesando blancos
pasillos que ascendían y giraban. Tardó en darse cuenta de que no lo llevaban a
otra celda, cuando los corredores se hicieron más amplios y lo hicieron entrar
en una habitación que parecía un despacho. Una mujer lo esperaba con los brazos
cruzados, de pie delante de una mesa. Jacob mantuvo la cabeza baja, concentrado
en el bajo de los pantalones negros de la desconocida. Ella no dijo nada, se
mantuvo en silencio hasta que él se atrevió a levantar la mirada y se encontró
con sus ojos, completamente negros, como si el globo ocular se hubiera
convertido en una gigantesca pupila. Retrocedió un paso. Ella sonrió al ver su
reacción.
—Jacob Fisher.
Él asintió con la cabeza.
—Hecho prisionero… Hace tres semanas…
—Me prometieron que me meterían en el próximo intercambio de prisioneros
—la interrumpió él, tragando saliva. Era el motivo por el que no había opuesto
resistencia, por el que se había mantenido tranquilo todos esos días. Ella no
parecía ser el tipo de mujer acostumbrada a ser interrumpida, pero no se lo
tomó mal. Dejó el informe que estaba leyendo sobre la mesa y se cruzó de brazos
de nuevo.
—Como ves, tenemos otros planes.
Jacob asintió. Había escuchado los gritos de sus compañeros en las celdas
adyacentes, había escuchado rumores. No estaba en una prisión, sino en un
laboratorio. Y tenía un físico que resistiría mucho. Y en ese informe que la
mujer había dejado a un lado seguro que ponía que nadie pagaría un rescate por
él.
—¿Qué opciones tengo?
—Colaborar —lo dijo como si no fuera una opción, sino una obligación.
Jacob dudó, intentó sostener la extraña mirada de la mujer pero no podía.
Tuvo que desviarla, aunque intentó sonreír, de todas formas.
—Creo que no nos estamos entendiendo, yo no soy un héroe, sino un chico
que busca una oportunidad. Me da igual estar en un bando que en otro…
—Tienes un físico impresionante, Jacob. No creas que no hemos pensado en
tus posibilidades si lucharas de nuestro lado.
—Eso puede arreglarse —se apresuró a responder, la conversación iba por
donde él quería. Tenía una oportunidad—. No hay nada que me ate a Blugdor, si
me ofrecéis una oportunidad aquí yo…
—¿No eres fiel a tu país, Jacob?
El rictus del joven se endureció.
—Mi país no ha hecho nunca nada por mí. Mi país se ha metido en una
guerra que no puede ganar y está sangrando a sus hijos. No, no le debo nada…
—miró el informe y lo señaló con la mirada—. Tiene que estar ahí. Pat, Kain
Fisher. Ellos son mi país, a ellos les soy fiel. Y haré cualquier cosa que
pueda beneficiarlos a ellos. No necesitan un hermano muerto en la guerra,
necesitan uno vivo que pueda cuidarles.
No tenía claro qué pondría en el informe, si hablaría de la desaparición
de Pat, de las malas compañías de Kain. En todo caso nada de lo que había dicho
era falso.
Ella lo miró de arriba abajo, lo estaba evaluando.
—No pierdes la calma, Jacob y eso nos gusta. Tenemos ya una candidata,
Filo Omega, tal vez has oído hablar de ella. Es demasiado impetuosa, demasiado
agresiva. Se deja llevar con facilidad, en lugar de pararse a pensar. Un
soldado debe pensar y tú lo haces. Y tienes juventud y fuerza.
—Y soy un enemigo, que puedo traicionaros si mi bando me ofrece algo
mejor —terminó él, la expresión de ella no cambió, Jacob carraspeó—. Creo que
es mejor que dejemos las cosas claras.
—En realidad, eso me tranquiliza, porque nadie puede ofrecerte nada
mejor.
Jacob esperó. Habían sido tres semanas encerrado en una celda, cabizbajo,
con los hombros hundidos y una terrible sensación de fracaso que intentaba
ocultar. Y ahora aquella mujer le estaba ofreciendo algo que no sabía si era
bueno o malo, pero que al menos significaba una oportunidad. Ella le dijo que
podía llamarla Desdémona.
—Tengo que encontrar a mi hermana. ¿Podéis ayudarme? —pidió, y al asentir
Desdémona supo que habían atado al buey con algo más resistente que cualquier
cadena.
Lo habían trasladado a otra zona del complejo, una habitación desde la
que ya no escuchaba los gritos de los otros presos. Le habían devuelto sus
objetos personales y le dieron un uniforme con el que se sentía extraño. Al
principio pasaba muchas horas en su habitación, sin comprender que podía salir
cuando lo deseara. No estaba libre, sin embargo, su prisión era ahora todo el
complejo. Y también estaba ella.
En su primer combate contra Filo Omega había caído al suelo como un buey
herido y ella lo había llamado traidor. Los científicos les hacían llevar
piezas de armadura que le probaban y le quitaban sin motivo aparente, tardó
bastante en comprender que estaban diseñando una servoarmadura, y que
pretendían que estuviera perfectamente adaptada a su cuerpo.
—Es el arma más compleja que se haya diseñado nunca —le dijo un día
Desdémona, con un deje de orgullo en su voz—. No creas que podrás utilizarla en
contra nuestra, tendrá un dispositivo que lo evite y tú no tienes conocimientos
para inutilizarlo.
—Ni se me ocurriría intentarlo —y lo decía en serio, si algo le había
enseñado su hermana, era a tener respeto por los avances científicos.
***
Esta vez fue
Casandra la que interrumpió el contacto. Perséfone sentía que sus manos
temblaban cuando dejaron de sujetarla. Las imágenes que veía sobre sus párpados
cerrados se fueron aclarando hasta desaparecer y tuvo que abrir los ojos. La
anciana había cerrado los suyos y se la veía cansada. ¿Estaría contemplando
alguna visión que no quería compartir con Perséfone? ¿Por qué? No se atrevió a
decir nada y en ese momento lamentó no haber entrado nunca con Hades porque así
habría sabido cómo reaccionar. No tuvo que esperar mucho. Casandra abrió los
ojos de golpe y se los frotó. La miró como si no la viera, tal vez veía
imágenes superpuestas unas encima de otras y no podía distinguir cuales
pertenecían al pasado y cuales al presente.
—No es fácil controlar las visiones, a veces saltan cosas que no es lo
que quieres ver —se excusó.
—Quiero saber cómo murió mi hermano. La verdad. Dicen que murió en la
guerra. También que lo hizo como un héroe, en una peligrosa batalla. Ahora
estoy viendo que tal vez murió como un traidor… —tampoco sería tan raro. Cosas
de familia. Jacob no era tan distinto a ellos «Era el mejor. Siempre fue el
mejor de los tres». Pero ser mejor que ellos tampoco era ser gran cosa.
—O no murió… ¿no es eso, Perséfone, lo que buscas?
Ella no contestó. Frunció el ceño. Se preguntó si estaría mal fumarse un
cigarrillo mientras esperaba a que la anciana se recuperara del todo. «¿Cuántos
años tienes, Casandra? El agotamiento es mental, tus huesos no crujen, tus
manos son fuertes. No me has pedido que me desarme antes de entrar. No te importa.
Sin embargo, no puedes conocer el futuro».
—Busco la verdad —dijo al final. Casandra sacudió la cabeza, como si no
lo creyera.
—Va a morir. Sé que tienes la esperanza de que sobreviva, de que te
muestre que las cosas no son como te las han contado y que él sigue ahí, en
alguna parte, donde podrás ir a buscarlo. Pero lo que estás viendo es el pasado
y no puede cambiarse.
—Lo sé. No tengo ninguna esperanza. Sé que murió. Si estuviera vivo,
habría vuelto a casa.
Casandra volvió a extender las manos sobre la mesa.
—Sin embargo tienes esa esperanza. Estás pensando: «Tal vez. Tal vez».
***
Filo Omega
golpeaba para matar. Su adversario era un joven prisionero que no intentó
defenderse en ningún momento, como si la fama de su contrincante fuera
suficiente para darse por vencido. Jacob contemplaba la pelea con el ceño
fruncido y los brazos cruzados. No hizo ningún intento de ayudar al que no
hacía mucho había sido un compañero más de prisión. Que se las arreglara solo,
como había hecho él. Allí cada uno tenía que aprovechar las ocasiones que se le
ponían delante.
Y, tal vez, si ella presentía que quería ayudar a ese chico, lo golpearía
más fuerte. Cuando los guardias se lo llevaron a rastras ella se volvió hacia
Jacob, desafiante, aún resoplando después del combate. Preparada para
enfrentarse con él sin pararse a descansar.
Aún era una leyenda y tenía que demostrarlo. Lo sería siempre, haría lo
que fuera necesario para conseguirlo. Sus hombres la seguían, la apoyaban sin
cuestionarla, harían cualquier cosa que ella les pidiera y Jacob se mantenía
aparte, consciente de que no terminaban de fiarse de él; prefería no hablar
porque su acento de las colonias lo delataba más como extraño que lo incómodo
que se sentía con el uniforme. Lo trataban bien a pesar de todo y lo ayudarían
a encontrar a su hermana. Jacob no lamentaba su situación.
De todas formas, era consciente de que la libertad era solo apariencia.
Los sistemas de seguridad del laboratorio lunar eran los más férreos de la
tierra. El control de la gente que entraba y salía del complejo era muy
estricto, todo el edificio era como una gigantesca cárcel en la que trabajaban
más prisioneros de guerra. Algunos contra su voluntad, otros habían aceptado de
buena gana el cambio de bando y a otros, como a Jacob, no les importaba
demasiado el bando en el que luchaban, eran hombres con alma de mercenarios.
—No es que no me importe —decía él—. Es que mis prioridades son
distintas.
Solo se sentía un traidor cuando miraba a Filo Omega a los ojos, cuando
lo leía en la mueca de sus labios, cuando murmuraba las palabras con desprecio.
Jacob no sabía qué hacer para que ella no lo odiara, solo era un rival más en
su camino hacia la servoarmadura, no entendía por qué lo había llevado a un
terreno tan personal.
—Porque tiene miedo —le dijo uno de los ayudantes de laboratorio—. Porque
preferiríamos que la enviaran de vuelta a la Tierra.
No solo tenían que probar las piezas, los científicos también los
estudiaban, sacaban moldes de sus músculos, extraían muestras de sus tejidos y
les sacaban sangre. A veces coincidía con Filo Omega en el laboratorio y ella
se veía tensa y nerviosa; todos respiraban de alivio cuando se marchaba,
mientras que Jacob se quedaba hablando cordialmente con ellos.
—Sabes que es muy posible que sepan ya dónde está tu hermana y no te lo
digan para poder utilizarte —le dijo un día uno de los científicos con los que
había hecho más amistad. Jacob pensó en ello durante mucho tiempo.
—No tengo muchas más opciones. No podría encontrarla yo solo. Si lucho
con la servoarmadura y me convierto en un héroe, tal vez sea Pat la que me
encuentre a mí.
—Cuando hay batallas cerca todo se vuelve muy caótico, las naves entran y
salen… —le contó el científico otro día—. Nunca me he atrevido a intentarlo.
Jacob negó con la cabeza.
—No me gusta correr riesgos. ¿Y hacia dónde iría? La guerra terminará
algún día.
—Somos cobardes —el hombre parecía querer que Jacob lo animara, que lo
impulsara a arriesgarse, pero el joven soldado no lo hizo.
—Somos sensatos.
***
Casandra la
miraba y Perséfone pensó que era la primera vez que lo hacía realmente. Los
ojos de la anciana siempre rehuían encontrarse con los suyos, en un gesto que
podía ser de miedo o inseguridad y que quizás era solo el medio de no ver algo
que estaba en ellos, de no descubrir lo que había en su interior. En su pasado.
«Cuando me mira siento que no tengo intimidad. No te has encerrado aquí porque
no quieres que te vean, sino porque no quieres ver».
—A veces descubrimos cosas que no imaginamos —dijo la anciana—. Cosas que
nos decepcionan.
¿Y acaso ella podía recriminar a Jacob que hubiera tomado un camino y no
otro? Ella que había matado, que había traicionado, que había destrozado tantas
vidas. Ella no podía recriminarle nada. Pero lo conocía. Sabía. Insistió.
—Jacob no es un traidor.
Casandra se puso seria de pronto, pero no parecía enfadada sino dolida.
—¿Lo ves? Hago daño. Siempre digo que es mejor no saber.
—Conozco a Jacob…
—¿Cómo él te conocía a ti? ¿Qué diría él si viera tu pasado?
Entendería. Kain no, pero Jacob lo entendería.
—No era un traidor.
—¿Crees que lo que te muestro es falso?
Perséfone negó con la cabeza. No, no dudaba de la anciana, había cosas
que ella no podía saber, cosas que no se le ocurriría recrear. No había
conocido a Jacob. Había gestos que eran suyos, su forma de sonreír, de atusarse
el pelo…
—Aún no lo hemos visto todo.
***
El sonido de las
sirenas ponía nerviosos a los científicos, aunque ninguno abandonó su puesto.
Se escuchaban explosiones cercanas, las luces parpadeaban sin llegar a apagarse
y ellos se miraban, diciéndose que no eran soldados. Aguantaron los temblores
de tierra, los ruidos del exterior, y fueron dejando el trabajo poco a poco. El
joven que ponía electrodos en el pecho de Jacob los fue retirando con lentitud.
—Parece que tenemos el combate sobre nuestras cabezas —dijo él,
intentando animarles, pero su franca sonrisa los ponía más nerviosos.
Terminaron de apagar los aparatos y se quedaron quietos, mirándose, deseando
salir corriendo hacia el refugio pero temerosos de hacerlo antes de recibir la
orden de evacuar. Jacob se vistió despacio, aparentando no estar inquieto. Él
sí era un soldado y los civiles no deben saber que los soldados también tienen
miedo.
Desdémona dio la orden de evacuación por los altavoces, Jacob pensó que
si la voz hubiera tenido color, también habría sido negra. Los soldados
aparecieron en la puerta, para controlar que los civiles salieran de forma
ordenada. Jacob esperó ver a Filo Omega, pero ella no los acompañaba; terminó
de vestirse, sin mirarlos, concentrado en la hebilla del cinturón, en los
botones de la chaqueta.
—Vamos —los apremiaban los soldados desde la puerta. Los científicos se
apresuraron a obedecer, atropellándose en sus prisas por salir. Uno de ellos
tropezó y cayó al suelo, Jacob se entretuvo en ayudarlo. El hombre lo miró
fijamente y Jacob asintió con la cabeza. Notó cómo el científico se apoyaba en
su brazo y lo apretaba con fuerza.
Sí, iban a intentarlo.
Se aseguraron de salir los últimos del laboratorio. No les preocupaba a
dónde llevaban a los civiles, se escabulleron en la primera esquina y corrieron
hacia el hangar donde las naves despegaban y aterrizaban en un movimiento
continuo. Los aparatos que conseguían aterrizar estaban dañados, los pilotos
heridos eran llevados con rapidez a la enfermería. Nadie se fijó en ellos, eran tantos los que corrían. Nadie
pensó que alguien estaba tan desesperado como para intentar robar una nave
estropeada.
Jacob señaló una de ellas.
—No parece en muy mal estado, corre —dijo, mientras él se dirigía hacia
otra. La habían dejado abierta cuando habían sacado al piloto, algunas luces
estaban todavía encendidas. El corazón de Jacob se aceleró.
La esperaba.
Filo Omega se planto delante de él, con la espada desenvainada, como si
llevara horas allí esperándole, como si lo supiera.
—¿Dónde vas, traidor?
Llevaba la guardia baja, pero se habían enfrentado muchas veces como para
no saber que era más peligroso verla así que con la espada en alto, porque el
golpe vendría sin esperarlo. Jacob se resignó, era inútil mentir.
—Me marcho a buscar a mi hermana. ¿No ves que es lo que te conviene?
Déjame ir y la servoarmadura será para ti.
—Si crees que voy a dejar escapar a un traidor es que no me conoces. Yo
soy un soldado —levantó la espada un palmo, un movimiento apenas perceptible,
pero Jacob la conocía. Avanzó un paso hacia ella.
—Eres muy valiente escondida tras una espada. Y no eres más que eso, esa
hoja de metal. El brillo oculta que eres lenta y débil. ¡Vamos, mátame! Es tu
oportunidad. ¡La gran heroína! Pero tú y yo sabemos que no eres capaz de
derrotarme… Yo soy el elegido. Tú no eres más que una vieja gloria que se
aferra a un pasado que ya no existe. Tú estás aquí para que yo me entrene.
¿Quieres detenerme? No puedes, porque yo ya te he vencido. Yo soy el futuro.
Ella había retrocedido, intentando mantener la distancia, el sudor
resbalaba por su frente y la vena que cruzaba su sien se abultaba, revelando el
esfuerzo por mantener el control y no dejarse llevar por la rabia. Fue un
segundo, cuando el brillo de una de las luces se reflejó en la espada y le
arrancó un destello. Eso era ella. Un destello que se apagaba. Pero aún tenía
fuerzas para asestar un último golpe. Levantó el arma.
Jacob no perdió el tiempo. Esperaba el movimiento y la golpeó con fuerza
en el plexo solar, derribándola. La embestida de un toro. La espada salió
volando, pero Jacob ni se molestó en mirar dónde caía, se dio la vuelta y
corrió hacia la nave. Cerró la escotilla y la puso en marcha. El sonido del
motor era extraño y se elevó a trompicones, pero eso no importaría cuando
saliera al espacio. Solo necesitaba alejarse de allí. Era lo suficientemente
hábil para pasar entre las naves, no importaba que la palanca que señalaba el
rumbo estuviera estropeada, que los sensores le avisaran de que la presión térmica
era mucho más baja de lo aconsejado. Se sentía bien, el sensor podía estar
estropeado.
Ajustó la frecuencia del transmisor hasta que localizó una voz amiga.
—¡No me sigas! ¡Aquí nos separamos, no me sigas! —era una orden, aunque
tal vez el científico no la tomaría como
tal. Localizó su nave y lo vio alejarse del campo de batalla describiendo una
línea extraña. Esperaba que tuviera
suerte, pero no podía hacer nada más por él.
Sintió el primer golpe por detrás y activó la cámara. Lo perseguía una nave
tan destartalada como la suya, lo embestía de manera precisa, como el filo de
una espada.
«Sí, me estás siguiendo a mí. Acabo de salvar a un hombre».
***
Las imágenes se
oscurecieron de pronto y Perséfone sintió entre sus manos el peso de la cabeza
de Casandra. La estaba sujetando. Parpadeó, reacia a volver al mundo real, a
dejar de acompañar a Jacob, pero no sabía cómo mantener el contacto.
Casandra estaba inconsciente, era Perséfone la que evitaba que su rostro
se golpeara contra la mesa. Sus ojos seguían abiertos, pero no parecía
contemplar nada. Era como si la anciana fuera una carcasa vacía. Sus manos
habían caído sobre la vieja gorra de Jacob.
—Casandra… No, ahora no.
Perséfone cerró los ojos, presionó más los dedos sobre las sienes, apretó
tanto que le parecía que podría romperle los huesos. El mundo tras sus párpados
cerrados seguía oscuro. Los sonidos que oía no eran la respiración de Jacob,
sino el viento.
—Ahora no, Casandra. Tengo que saber. Tengo que verlo. Jacob… Jacob…
***
La nave de su
enemiga estaba en mucho peor estado que la suya. Jacob fue incapaz de abrir la
escotilla y tuvo que retirar trozos enteros de chapa para poder llegar hasta la
cabina del piloto. Filo Omega estaba allí, inconsciente, atrapada por una placa
que le había caído encima. Sería tan sencillo dejarla allí, eso es lo que
hubiera hecho ella. O no. Ella lo habría rematado, eran enemigos.
«Si ni siquiera tengo claro a qué bando pertenezco», pensó, mientras
inspeccionaba el lugar para quitar la placa que la aprisionaba sin que todo a
su alrededor se derrumbara. No parecía herida, movió la cabeza, señal de que se
recuperaba.
—Mis hermanos eran muy inteligentes, hablaban de cosas que yo no
entendía, con los ojos muy brillantes, tenían proyectos… Pat miraba a Kain
orgullosa —recordó—. Yo nunca he sido tan listo, pero era fuerte y podía
ayudarlos de otra forma. Se apoyaban en mí cuando me necesitaban y conseguí no
ser una preocupación para Pat… pero Pat se fue y Kain no podía apoyarse solo en
mí, la necesita a ella.
Apuntaló las paredes antes de levantar la pesada placa, consiguió a duras
penas echarla a un lado, Ángela tenía ya los ojos abiertos y lo miraba, no hizo
ningún movimiento.
—Ellos me miran —siguió Jacob—. Los científicos, Desdémona… Como si
estuvieran orgullosos de mí, como si ese fuera mi sitio, dentro de la
servoarmadura…
Ella no replicó, pero seguía sus movimientos con los ojos. Jacob apartó
unos tubos de hierro, sin atreverse a preguntarle si podía mover las piernas,
seguir hablando parecía más fácil.
—….pero no lo es. A Pat no le gustaría, ella no estaría orgullo…
Jacob se miró el vientre, dolía, pero no estaba sorprendido. La punta de
la espada lo atravesaba de lado a lado. Filo Omega lo había atacado por la
espalda. «No debes darme la espalda. Nunca». Lo había olvidado. Ella continuaba
inmóvil, tal vez no podía moverse. Jacob la conocía bien, sabía que en ese
momento estaba maldiciendo su cuerpo débil, ese cuerpo que necesitaba ocultar
dentro de la servoarmadura, para que nadie dudara de que era la mejor, para que
su cuerpo de metal aguantara los estragos del tiempo, para ser una leyenda para
siempre.
Jacob sentía sus manos resbalando en el filo de la espada, era extraño
sentir que las fuerzas lo abandonaban, ni siquiera cuando de pequeño había
estado enfermo se había sentido tan débil.
Cayó junto a las piernas de Ángela, que siguieron sin moverse. Jacob
pensó que tenía los pies pequeños.
***
Perséfone era
consciente del viento, del peso de la cabeza de Casandra entre sus manos, del
ambiente cerrado y espeso de la habitación. Abrió los ojos y dejó con cuidado
la cabeza de la anciana apoyada sobre la mesa. Cogió la gorra y la guardó en su
bolso, tenía un tacto áspero. Parpadeó, intentando ahuyentar las lágrimas. Se
preguntó si siempre era así la muerte, más sorpresa que dolor. Odiaba las armas
con filo.
«Casandra tenía razón. Esperaba otro final».
Salió de la casa y corrió hacia su nave, como si la lluvia que golpeara
la cúpula pudiera alcanzarla. Encerrarse en la cabina del piloto fue un pequeño
consuelo. Su pequeño espacio, se entretuvo en conectar el extractor y fumarse
un cigarrillo antes de despegar. No necesitaba a Casandra, tenía la clave para
abrir la compuerta. Hades no se había molestado en cambiarla.
«Solo soy una mota de polvo».
Despegó, en el exterior su nave apenas podía resistir los embates del
viento y la lluvia. Entendía lo que decía Casandra. Dejarse arrastrar. Sería
tan fácil. Pero tenía responsabilidades, tenía a Kain. Y la imagen de una mujer
con una espada, a la que no conocía.