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EN EL NÚMERO ANTERIOR:

EN EL NÚMERO ANTERIOR:
Para defenderse del ataque de Kain, Perséfone dispara y su hermano cae al suelo. Sin saber si está inconsciente o muerto, corre hacia él mientras las risas de Afrodita le hacen pensar que todo puede ser una ilusión.
La oscuridad
solo le permitía ver bultos informes y Perséfone corrió hacia el que pensaba
que era Kain. Tropezaba, sus pantalones se enganchaban entre los picos que
sobresalían de la basura. Notó como se desgarraban y tiró de ellos sin
detenerse mientras olía la voz melosa de Afrodita a su espalda. No se volvió.
El ataque no vendría de ella, ese no era su plan. Se reía. Perséfone ni
siquiera intentó escuchar lo que decía, no le importaba. ¿Cómo podía estar Kain
tan lejos? O ella correr tan despacio. Tropezó y cayó al suelo, de rodillas,
pero sus manos no se clavaron en viejas latas vacías sino que chocaron contra
una fría losa de mármol.
Volvía a estar dentro de la ilusión.
Respiró hondo y levantó la cabeza. Delante de ella veía un pasillo
iluminado por antorchas que ardían sin desprender humo. El cuerpo de su hermano
estaba a pocos metros y ahora sí podía reconocerle… O podía no ser real. Avanzó
a gatas, sin perder el tiempo en levantarse, pero una figura se interpuso en su
camino. La niña que había visto acompañando a Afrodita se situó delante de Kain
y la miró fijamente con sus grandes ojos castaños.
Perséfone la evaluó con rapidez. No parecía armada y no creía que fuera
rival para ella. De todas formas evitaría el enfrentamiento, solo quería llegar
hasta su hermano. Intentó seguir avanzando, con los ojos fijos en la niña por
si hacía algún movimiento, pero no pudo. Lo intentó, una y otra vez, pero era
imposible. Cada paso que creía dar hacia la pequeña lo que hacía era llevarla
hacia atrás, como si la empujaran. No la rodeaba un escudo contra el que
tropezara, era más bien como si fueran dos polos iguales de un imán que se
repelían.
Afrodita se acercó hasta situarse a su lado. Los ojos de Perséfone
seguían fijos en Kain, su cuerpo se había preparado para incorporarse aunque
aún no lo había hecho, se había quedado encogida, agazapada junto a la figura
imponente de su enemiga. «La victoria te hace más alta… o quizás es que lo que
veo no es real».
Había dejado de reír y contemplaba lo mismo que ella, la figura
desvanecida en el suelo del que había sido su aliado.
—Lo has matado —no había rastro de pena en su voz—. ¿O no? Mira, aún se
mueve.
Era cierto. Perséfone veía a Kain moverse, incluso emitió un quejido
débil. ¿O era una ilusión? Intentó fijarse en si respiraba. Creía que sí, pero
a esa distancia no podía estar segura. Siempre había pequeños detalles que
Afrodita no podía controlar. Pero allí sí, porque aquella era su venganza.
—Aún puedes salvarlo —la voz se volvió aún más melodiosa, sugerente,
expresando en palabras su más profundo deseo. Perséfone esta vez sí levantó la
cabeza y la miró, porque intuía que había algo más. Afrodita dejó escapar una
sonrisa cuando comprobó que había captado su atención—. No es demasiado tarde,
pero tiene un precio. Todo tiene un precio —se pasó la mano por su rostro, como
si recordara que ella también había tenido que pagar. Su cuerpo se tensó, su
voz sonó ahora más dura—. ¿No era eso lo que decías? ¿Estás dispuesta a
pagarlo?
Perséfone tragó saliva. Estaba dispuesta, por supuesto. Claro que lo
estaba. Y era consciente de que sería algo que no iba a gustarle. Se incorporó
y asintió con la cabeza.
—¿Qué quieres que haga?
Por toda respuesta Afrodita señaló a su derecha, donde Perséfone
distinguió una puerta cerrada que comenzaba a abrirse. Sabía lo que encontraría
detrás, un lujoso salón sin ventanas al exterior. Escuchó las voces familiares
que discutían detrás de la puerta, dudando entre acercarse a ella o no hacerlo.
La voz de Martin rogaba prudencia mientras que el profesor Algernon quería
salir de allí de una vez. No era muy difícil adivinar cuál de los dos impondría
sus deseos.
—Mátalos.
Afrodita dio la orden en un susurro y Perséfone se preparó sin pensar,
con la mirada fija en la puerta. Era como si ella misma no fuera real y se
hubiera convertido en un elemento más de la ilusión, igual que las paredes que
la rodeaban. El mundo pareció ir de pronto a cámara lenta para que ella tuviera
tiempo de preparar el arma y apuntar. Dejó caer una rodilla al suelo para
conseguir más estabilidad, en la otra apoyó el brazo. No le gustaba acercarse
demasiado, era más fácil acertar a distancia.
—No seas idiota, Martín. Se ha olvidado de nosotros, hace horas que
esperamos —las voces de detrás de la puerta se acercaban.
Lo había hecho tantas veces. Nunca le había temblado la mano. Disparaba
sin cuestionar la orden que le habían dado, como un soldado que supiera que
estaba haciendo justicia. Solo que ahora la orden no se la había dado Hades y
no había justicia en aquello, solo egoísmo. Dos inocentes eran el precio de
acercarse a Kain, de arreglar su error.
Arreglar errores cometiendo otros, esa era su vida.
Era lo que tenía que hacer.
***
Lya había
permanecido en la puerta de la habitación lo que le pareció una eternidad, sin
conseguir decidirse a entrar y usar el arma que Kain le había dado. El puñal
invisible era algo fascinante. Cortaba y tenía que tener cuidado. Lo había
examinado una y otra vez, había recorrido la hoja con el dedo y había apretado
el mango hasta ser consciente de su corporeidad aunque no pudiera verlo. Pasó
mucho tiempo antes de que oyera la voz de Kain no muy lejos y lo espió a
escondidas.
No estaba solo. Hablaba con la mujer desconocida. Ella estaba a más
distancia, pero su actitud no le gustó. Parecía cansada y tenía en los ojos ese
brillo de los que lo han perdido todo, Lya sabía que la gente que no tiene nada
que perder es peligrosa y no tuvo que esperar mucho para comprobarlo. Cuando
Kain cayó al suelo continuó sin moverse, observando una escena que no era muy
distinta a otras que había contemplado en el pasado. Los hombres se mataban
unos a otros en cuanto tenían la oportunidad y era mejor que no la
descubrieran.
Sin embargo, la escena que contemplaba ahora era diferente. La mujer no
parecía aliviada después de la caída de su enemigo, sino que se la veía
nerviosa y avanzaba hacia el joven con impaciencia pero muy despacio. Lya no
entendía por qué, la veía tropezar en lugares donde no había nada, daba la
impresión de que estaba ciega. Extendía los brazos y llegó un momento en el que
cayó al suelo, como si no pudiera dar ni un paso más.
Ni siquiera el que Afrodita siguiera a la desconocida suponía un alivio
para la niña. Su protectora parecía estar muy cansada. Se detuvo y cerró los
ojos un momento, como si quisiera hacer algo que le costara un gran esfuerzo.
Se vio recompensado por el miedo que apareció de pronto en el rostro de la
desconocida, aunque Lya no sabía qué era lo que había hecho. Afrodita abrió los
ojos y continuó avanzando, sus pasos eran lentos porque no podía más. Quería
impedir que la mujer llegara hasta Kain, pero con sus miembros frágiles no lo
lograría. Aquella desconocida podría librarse de ella con una simple sacudida
si intentaba agarrarla.
No, aunque estuviera en el suelo, aunque en su rostro se reflejara el
miedo, aquella mujer no estaba derrotada.
Lya se armó de valor y salió de su escondite. Se situó delante de Kain,
como si con su pequeño cuerpo pudiera impedir el paso de la mujer hasta su
compañero. Afrodita se relajó al verla y emitió un suspiro de alivio. Sonrió
ante el desconcierto de la desconocida y Lya también sonrió cuando Afrodita le
ordenó matar a los hombres. De pronto todo iba bien. Su protectora mataría
después a la desconocida y ya no habría peligro. Volvería a sentirse segura.
Lya contuvo la respiración. No, las cosas no iban bien.
Todo sucedió tan rápido que casi no le dio tiempo a reaccionar. Oyó las
voces de los hombres acercándose a la puerta, el pomo girando para abrirla, la
mujer amartillando lo que sin duda era un arma invisible. Y entonces la niña lo
supo. El giro del cuello, el ángulo de la mano, el comienzo del movimiento
preparado.
Lya gritó y Afrodita se giró hacia ella, porque era la primera vez que hacía
algo así. En su rostro se leía el desconcierto. No lo entendía y la niña no
podía explicárselo. No había tiempo. Sin pensarlo dos veces echó a correr hacia
la desconocida, que no se movió ni un milímetro, como si no viera ni oyera nada
de lo que ocurría a su alrededor, tan concentraba estaba en lo que iba a hacer.
Lya gritó de nuevo cuando vio que se giraba hacia Afrodita y disparaba a
bocajarro.
Intentó golpear a la mujer con la rabia que a duras penas se había
sobrepuesto al miedo, pero su adversaria había salido volando por los aires y
no era la única. La fuerza de la repulsión que irradiaba había empujado también
a Afrodita como si un tornado hubiera arrastrado todo lo que encontraba a su
paso. Al menos parecía que había conseguido desviar la trayectoria de la bala,
porque Afrodita estaba en el suelo pero se movía. En el interior de la
habitación se habían escuchado golpes como de cristales rotos y la puerta no se
abrió, las voces del interior se convirtieron en susurros asustados.
La mujer se incorporó a duras penas, sus manos estaban vacías. Miró un
segundo a Afrodita y luego se giró hacia la niña.
—Deberías comprobar que está bien —la desconocida señaló a su adversaria,
se sacudía el polvo de los pantalones pero su postura relajada era solo apariencia,
sus músculos estaban tensos, esperando la primera oportunidad que tuviera para
correr hacia Kain. Lya lo sabía. Y también intuía que en sus manos podía tener
ya otra pistola, invisible a sus ojos. Miró a Afrodita por el rabillo del ojo,
había dejado de moverse.
El nerviosismo que sentía aumentó. El mundo que la rodeaba, su mundo
nuevo, empezó a desmoronarse. Desparecía ante sus ojos. Seguían rodeados de
hermosas paredes pero el suelo bajo sus pies volvía a ser basura.
—No está muerta, ni siquiera inconsciente o la ilusión habría
desaparecido del todo —dijo la mujer—. Ayúdala. ¿Cómo te llamas? Yo soy
Perséfone. Somos… viejas amigas.
La mujer solo quería fingir que era amable para que se confiara. Era
peligrosa. Y Lya no iba a darle su nombre. La buscaban, querían matarla. Ni
siquiera se lo había dicho a Afrodita que la llamaba “mi pequeña ninfa”. Estuvo
a punto de decir eso pero a sus labios acudió el nombre por el que solía
llamarla Kain.
—Sxoria —respondió, las palabras no sonaban bien en su voz, las pronunciaba
mal, no conseguía darle el tono correcto, escupir cada sílaba como hacía él. El
sonido de su propia voz le sonaba extraño, discordante. Sin embargo Afrodita
siempre la animaba a cantar—. No… Muevas…
La mujer que había dicho llamarse Perséfone volvió a quedarse quieta, el
movimiento que había hecho era muy leve y, a pesar de todo, la niña lo había
percibido.
—No estás armada y yo sí.
«Y es grande. Y es peligrosa como un escorpión. Y yo tengo miedo».
***
La niña estaba
desarmada y ella tenía ya de nuevo la pistola en la mano. Perséfone se preguntó
si las balas la rozarían o si también las repelería como a la gente que
intentaba acercarse a ella. Solo podía hacer una cosa para saberlo.
Intentó ponerse de pie, la ilusión de Afrodita no se había desvanecido
del todo sino que fluctuaba y en ocasiones todo se veía oscuro, pues todavía
debía ser de noche. Extendió la mano y apuntó a la niña con la pistola que
había sacado del cinturón.
—Solo quiero llevarme a Kain, Sxoria —pronunció con cuidado aquel nombre
que no había oído nunca; podría haberla llamado “pequeña”, pero no quería sonar
condescendiente, llamarla por su nombre era reconocerla como a una igual, ya
había visto que aquella no era una niña corriente. Sin embargo su torpe intento
no obtuvo resultado y a punto estuvo de resoplar, impaciente, cuando la niña
negó con la cabeza. Su rostro estaba muy serio. ¡Maldita sea! No podía echar a
correr hacia su hermano mientras ella estuviera en medio.
—Está herida —insistió, aunque la niña no desvió los ojos hacia Afrodita;
y ni siquiera quería engañarla, no estaba mintiendo… o no del todo. ¡Se le
daban tan mal esas cosas! Lo suyo era disparar—. Tienes que ayudarla, puede
salvarse.
¿Quería realmente que la niña la ayudara? Era tan buena ocasión para
librarse de Afrodita, pero no estaba allí para eso, nunca había pretendido
matarla. ¿O no lo había hecho hacía unos minutos? Aprovechar la oportunidad. La
bala que tendría que haber disparado hacía muchísimo tiempo. ¿No había pensado
en eso? ¿Salvar a Kain no había pasado a un segundo plano? «No la odio. Ya no.
O sí… La odié, pero ya no merece la pena. Si hubiera querido matarla estaría
muerta».
Avanzó unos pasos hacia Kain, sin dejar de apuntar a la niña con el arma.
Ella retrocedió y le dejó espacio para que pudiera agacharse junto a su
hermano. No hizo intenciones de acercarse a ella y volver a usar su poder.
Quizás dudaba. La pequeña tenía miedo y eso era lo importante. Perséfone emitió
un suspiro de alivio cuando comprobó que Kain respiraba. La bala estaba alojada
en el hombro y se había dado un golpe en la cabeza al caer.
—No te preocupes, Kain —murmuró—. Te pondrás bien. Te pondrás bien.
Soltó la pistola sin perder de vista a la niña, pero no hacía nada, se
había quedado mirándola, sin intentar detenerla ni acercarse a Afrodita.
Perséfone le indicó que iba a hacerle un vendaje improvisado, que no quería
hacerle daño. Esperaba que la pequeña lo comprendiera porque solo podría ver
sus movimientos ya que la tela era invisible. Tenía que entenderlo, él era su
aliado y ella lo estaba ayudando. Quería salvarlo. ¿Cómo hacerle comprender que
era su hermano? Quizás que lo supiera lo pondría en peligro a él. Tantas
decisiones difíciles. Odiaba tomarlas, odiaba pensar. Sxoria abría
espasmódicamente uno de los puños como si quisiera golpearla. El otro no. El
otro lo mantenía quieto.
Casi cerrado. Tenso.
Como si sostuviera algo que ella no podía ver
***
A Lya no le
gustaba Kain y tampoco la desconocida. No se acercó a Afrodita. Sabía que la
había perdido, estaba tan acostumbrada a verlos morir… Con su madre había sido
igual, días a su lado hasta que dejó de moverse y se quedó muy fría. Nadie
duraba mucho en las Colinas de la Escoria. Eran sus colinas. Solo ella
sobrevivía. Porque el miedo la ayudaba y le decía lo que tenía que hacer.
El miedo era el que levantaba el brazo, el que fijaba los ojos en el
objetivo.
El que lanzaba el puñal.
Lo hizo mal, por supuesto. No consiguió la gran precisión con que los
lanzaba Kain, pero de todas formas la mujer no podía esquivar algo que no veía,
algo que no esperaba. No lo hizo y la hoja se clavó en su costado. Antes de que
Perséfone dirigiera la mirada sorprendida hacia el arma, la blusa ya se había
manchado de sangre.
«Muere, muere, muere…» —murmuraba la niña y era como si cantara una
canción—. «Muere, muere, muere».
Y fue entonces cuando Kain empezó a recuperar el conocimiento, su cuerpo
se tensó al ver a su hermana al lado. Ella no se había dado cuenta, se miraba
la herida, más confusa que asustada. Y él entonces agarró el mango del puñal invisible
y, en vez de sacarlo, apretó y lo hundió más en la carne.
Sxoria sonrió, era como si Kain la estuviera escuchando.
—«Muere, muere, muere»
Y Perséfone levantó la cabeza pensando que eso era el dolor. Sale de las
entrañas y sube hasta el pecho como un latigazo, se incrusta en el alma. Casi
no sintió la presión de la mano de Kain, su hermano apenas tenía fuerzas, pero
el gesto le dolió mucho más que el mismo ataque. Y, antes de desmayarse, pensó
que daba igual si moría o no. Afrodita había ganado.
***
Perséfone
despertó en el hospital, conectada a una máquina que emitía un pitido que había
sido la banda sonora de sus pesadillas. Por un momento se preguntó si aún
seguiría soñando. Oía hablar a las enfermeras, decían que había tenido mucha
suerte. ¿O era una ilusión y aún estaba tirada sobre un montón de basura? Le
dolía el costado. Los médicos iban y venían, nunca se quedaban mucho rato.
Nadie iba a visitarla.
Fue Bayley el que llegó dos días después, con una caja de bombones que
ella no llegó a abrir. Le contó que el profesor Algernon y Martin estaban bien,
felices porque habían recuperado su basura. Afrodita había desaparecido sin
dejar rastro y el alcalde había decretado un día de luto por todas las
víctimas, aceptando que había sido engañado como los demás. Ella había tenido
mucha suerte, le dijo, los profesores de la universidad se habían erigido en
salvadores de la ciudad y de ella misma, fueron los que avisaron a las
autoridades y la llevaron al hospital. Perséfone casi no se atrevía a preguntar
por Kain.
—¿Hubo más supervivientes? Había otro herido…
—No encontraron a nadie más. La niña desapareció con Afrodita. Estabas
sola cuando te encontraron. No te preocupes, recupérate, tómate unos días
libres y piensa en lo que te conté. Ya hablaremos.
No hubo más visitas, nadie le envió flores. Solo llegó un paquete una
vez, se lo trajo una enfermera y, cuando lo abrió delante de ella, no había
nada. «Un bromista», dijo la joven, pero Perséfone notaba el peso del puñal
invisible sobre sus piernas, donde había caído al dar la vuelta a la caja. Era
una amenaza.
Y por primera vez en todos esos días emitió un suspiro de alivio.
EN EL PRÓXIMO NÚMERO:
Perséfone seguirá el consejo de Bayley y se irá unos días de Blugdor, pensando en que una vez tuvo dos hermanos.
2 comentarios:
El arte, está realmente genial, y que sea en blanco y negro le da un toque especial. Ominoso.
En cuanto a la historia, pues después de tanta intriga, de conocer el pasado de Perséfone y su relación con la villana de turno, llegamos a la resolución del conflicto. Un final agridulce pero realmente inteligente, donde ninguna de las dos sale ganando. Además que nuestra antiheroina mantiene su bajo perfil. Creo que de haber sido un final donde Persy hubiese ganado, hubiese quedado mal, ya que esto es consecuencia de su mala actitud para con Afrodita en el pasado. En fin, una raya más para nuestra tigresa.
Un final que la hace más humana, y deja un regusto agridulce. Es un capitulo muy bueno, digestivo, la guinda de un excelente pastel.
Por cierto que estaba pensando que Perséfone nunca 'vence' ni 'derrota' al malo, de modo que sigue sin cumplir los patrones de una heróina, como debe ser :)
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