Perséfone 003: La visión de lo invisible, parte 3

[haz clic aquí para descargar la versión pdf]

EN EL NÚMERO ANTERIOR:

Perséfone ha regresado a Bludgor, su lugar de nacimiento y uno de los Ocho Mundos Coloniales. Allí, caminando entre los restos de su pasado, revive complejos traumas que la marcaron para siempre y se reencuentra con su hermano, Kain Fisher, que no la recibe de manera precisamente fraternal.

***

La peor pesadilla de Perséfone, no, de Pat Fisher, hecha realidad, pensó. Su hermano, Kain, convertido en un pandillero. En un asesino.

Su sacrificio de tanto tiempo atrás, en ese mismo parque, completamente en vano.

—¿Tú has hecho esto? —dijo Perséfone mirando al suelo, junto a ella y el tipo al que había atravesado los hombros a tiro limpio, donde no había aparentemente nada. Pero ella sabía muy bien, por haberlo palpado con el pie, que descansaba un cuchillo.

—Es tu legado, Pat. Todo lo que me dejaste, de hecho. ¿Qué te parece? Apropiado, ¿no? Tú usas pipas invisibles, yo uso puñales invisibles. Sin que cada uno supiera que el otro lo había hecho. Por algo somos familia.

—Yo no te dejé esto. Yo me sacrifiqué para no dejarte esto.

—¿Sacrificarte? —Kain rió por lo bajo—. Eso pensaba yo. Pero ¿dónde has estado todos estos años? Nos abandonaste, nos dejaste completamente solos.

Perséfone sabía que era cierto, pero sólo en parte.

—Tenía que cortar los lazos con mi pasado. Era necesario. Pero os seguía mandando dinero, haciendo ingresos.

—Quemé el dinero, anulé los ingresos. Jacob trató de convencerme de que tuviera fe, que algún día volverías. Que tal vez estabas en peligro. Pobre Jacob. Siempre fue una persona de corazón noble, impulsivo pero bueno hasta el final.

—¿Qué le pasó a Jacob, Kain? —preguntó Perséfone, inquieta. A sus pies, los dos pandilleros aún se retorcían de dolor.

—¿Qué le pasó? Yo te lo diré. Jacob murió por tu culpa. Y por eso te mataré.

Se giró y empezó a caminar hasta desaparecer del punto de vista de Perséfone. Ésta no trató siquiera de apuntar.

—Vigila tu espalda, Pat —añadió fuera de vista—. Quiero que veas venir el próximo puñal.

Después de eso, silencio. Sólo los gemidos de dolor de aquellos dos pandilleros. Cogió la maleta y se olvidó de ellos. Ya se encargaría su hermano. No en vano, eran miembros de su misma banda.

Jacob, muerto. Kain, uno de sus peores enemigos, si no el peor, ya que ella era incapaz de pensar siquiera en hacerle daño. ¿Cómo hacerlo cuando tenía toda la razón en lo que argumentaba? Ella les abandonó. Sin la menor duda de ello. Pero el error de Kain era pensar que Pat les había abandonado.

Pat ya era Perséfone mucho antes de abandonar la colonia de Bludgor.

***

Como Pat hizo prometer a sus hermanos tras el incidente, nadie más que ellos supo la verdad de lo que ocurrió aquella sombría noche en el camino de vuelta de la universidad. Kain tampoco fue molestado, por otro lado, aunque el nuevo respeto que sentían por él hacía que siguieran teniéndole presente, por lo que la sombra del peligro nunca llegó a desaparecer del todo.

Jacob se culpó a sí mismo por no haber podido ayudar, aun a pesar de que toda la lógica decía que él no tenía la menor culpa de nada de lo que había pasado.

En cuanto a Pat, aquel incidente la cambió por completo. No el hecho de que hubieran intentado violarla, algo así no se olvida, por supuesto, pero se podía sobreponer a ello, era, aunque no lo sabía en ese momento, una mujer fuerte.

Era precisamente esa fuerza lo que la asustaba.

Algo desconocido había despertado en ella aquel día. Algo oscuro, siniestro. Una suerte de deseo de venganza, no contra algo o alguien, contra todo lo repulsivo, todo lo abyecto que veía en el mundo que la rodeaba. Empezó a tener un pensamiento, que nunca había tenido antes, de que había gente que merecía morir de manera incondicional. Y empezó a tener la sensación de que, si le daban la oportunidad, no le importaría que algunos de ellos lo hicieran a sus manos.

Pensamientos sombríos que trató de olvidar, que racionalizó como la respuesta psicológica al trauma que había sufrido. Pero en su fuero interno, ella sabía que había algo más. Algo que pugnaba por salir al exterior. Tal vez la respuesta a tanta responsabilidad sobre sus hombros, tanta emoción reprimida.

Empezó a distanciarse de sus hermanos sin que éstos lo supieran. No se sentía digna de ellos. Cada vez pasaba más horas en la facultad, entre las clases y el despacho. Ya nadie se burlaba de ella. Había un nuevo brillo en sus ojos que amedrentaba a quienes no mucho atrás se sintieron lo suficientemente osados como para hacerlo.

Por las noches se quedaba en la facultad, hacía experimentos. Cada vez controlaba mejor el proceso de rebote de luz, pero aún no lo manejaba con plena soltura, aunque podía volver invisibles objetos muy pequeños por intervalos de varios segundos.

La desconfianza se volvió su mejor amiga, al mismo tiempo que la sensación de estar quebrada, rota por dentro. En todas las sombras veía peligros. Al final de cada pasillo podía haber un atacante.

Compró un arma. La metió en el bolso. Apenas ni se notaba, como si no estuviera ahí.

Como si fuera invisible.

Empezó a tener ideas descabelladas, extrañas. Ideas que se alimentaban de su rabia contenida, de la incomprensión de su propia situación. Pero lo olvidó. Todo lo olvidó. Era experta en olvidar. Olvidar a sus padres, olvidar sus ambiciones como investigadora. Olvidar el incidente del parque, olvidar a sus hermanos. Encerró todos sus problemas en una burbuja.

Hasta que un día él apareció y la burbuja estalló, dejando todo libre y al descubierto.

Se presentó en su despacho, como si lo hubiera hecho mil veces antes. Era anciano y llevaba bastón, pero su porte no era el de alguien decrépito ni inofensivo, en absoluto. Dejó la gabardina y el sombrero en el perchero, se alisó el traje y se sentó en la silla frente al escritorio del fondo. Se pasó los dedos por el bigote blanco y esperó a que ella se sentara. Como si el despacho fuera suyo y no al revés.

—¿Quién es usted? —preguntó Pat preocupada, temiéndose que fuera inspector de policía, esperando que en cualquier momento enseñara su placa.

—Por desgracia no puedo darle mi nombre real, por motivos que no tardará en averiguar, pero puede conocerme como Caronte.

—¿Caronte? ¿Qué clase de nombre es ese?

—Es un nombre muy apropiado, señorita Fisher… porque uno de mis cometidos es traer a gente como usted a la presencia de mi señor.

—Sigo sin saber nada de usted, ni por qué ese repentino interés en mí.

Caronte metió la mano en bolsillo. Cuando la sacó, su manga apareció vacía, como si fuera manco.

Pat no pudo evitar una sorpresa, y de manera automática corrió a intentar palpar la mano. Allí estaba. Invisibilidad. Muy superior a la suya, de hecho.

—¿Usted investiga en este mismo terreno?

—Así es. Por favor, no trate de averiguar quién soy. Basta con que sepa que tuve una vida, como usted, y que todo cambió cuando le conocí a él.

—¿Él?

—Hades, señorita Fisher. Un hombre que cambió mi concepto del mundo, y que necesita a gente como usted y como yo. Gente que hemos trabajado a fondo en la teoría de la óptica a nivel cuántico, justo lo que él necesita para hacer realidad su primera y más importante aspiración.

Pat empezó a tener miedo. Pero no porque su visitante se lo inspirara.

Temía la atracción que estaba sintiendo con sus palabras.

—¿Es alguna financiación para un proyecto privado? En ese caso tengo un contrato con la facultad que cumplir, y…

—Olvídese de proyectos. Olvídese de contratos. Esto va mucho, muchísimo más allá. Por encima de gobiernos, de convenciones burocráticas y sociales. Se trata de implantar justicia, la que los sistemas de gobierno que tenemos no pueden implantar. No le digo esto a la ligera, la conozco. He estudiado su caso a fondo. No es una activista declarada, pero su postura queda clara. Y veo algo en sus ojos… detrás de esas gafas, y de ese aspecto remilgado, se oculta alguien que clama por venganza. Contra qué, no puedo saberlo, pero olvídelo. Use esa voluntad en la dirección correcta. Únase a nosotros.

—¿Qué es lo que quiere de mí?

—Yo sólo quiero aprender, colaborar. Somos colegas de la misma rama, una rama proscrita, ridiculizada por lo increíble de su concepción. Pero Hades quiere algo más, él quiere usar nuestros conocimientos para fines ideológicos.

—¿Y qué es lo que quiere a cambio?

—¿A cambio? Él sólo nos pide una cosa: desaparecer. ¿Cuántas veces ha odiado el mundo que la rodea, señorita Fisher? ¿Cuántas veces anheló que le pasara igual que a sus discos de laboratorio? Poder dejarlo todo atrás, empezar de cero.

Pat permaneció callada, en silencio. No sabía qué decir, qué hacer, cómo reaccionar. Nunca había sentido una duda tan acuciante carcomer su interior. En cierto modo era una incertidumbre parecida a la que experimentaba cuando se atascaba en sus investigaciones y pasaba noches enteras en duermevela, pensando la solución al problema, sin lograr descansar ni tampoco rendir de manera adecuada. De algún modo, sabía que ese nuevo dilema que le acababan de plantear, y que no tenía que ver con la ciencia sino con su vida y su futuro, la llevaría a esa misma situación de indecisión continua.

A Caronte no le pasó desapercibido ese detalle en absoluto. Conocía bien a las personas, no en vano era en muchas ocasiones la voz y rostro de su señor Hades. Pensaba que vería en Patricia Fisher a una mujer desilusionada, maltratada por una vida difícil y llena de obstáculos tanto en el terreno familiar como profesional, pero vio algo que no esperaba encontrar, que le sorprendió hasta tal punto que vio peligrar su propio puesto de favorito.

En ella había una voluntad indomable, una bestia esperando a ser domada. En Pat Fisher Caronte pudo percibir, sin ningún atisbo de duda, la capacidad para cumplir la orden de matar sin el menor atisbo de remordimiento por ello.

En un principio pensaba que encontrarían en ella un científico para la organización, alguien que podría hacer avanzar los planes de su señor. Lejos de ello, empezó a considerar que habían topado con un fiel y leal soldado.

Luego, mucho más tarde, pensó que no tenía ni idea de lo tremendamente acertado que estuvo con esa observación.

Caronte no exigió una respuesta en ese momento, y se limitó a constatar que regresaría para retomar aquella conversación. Prometió que, si la respuesta era negativa, no habría represalia alguna para ella ni ninguno de sus conocidos. Pat pensó si aquello no era en cierto modo una velada amenaza.

El camino de regreso a casa fue extraño, irreal, como si fuera otro quien lo estuviera haciendo en su lugar. Algo había cambiado en ella, y era muy consciente. Nunca más podría volver a ser la misma. Por otro lado, ¿quería serlo? No, seguro que no, concluyó. Jamás. Cometió el clásico error que muchas personas cometen a lo largo de su vida: pensar que todo cambio, por el mero hecho de ser tal, tiene que resultar mejor que la etapa anterior de sus vidas vacías y sin significado. Que no se puede estar peor que cuando la existencia de uno es una rueda de hámster en la que no se deja de dar vueltas y vueltas sin llegar a ningún lugar.

Llegó a casa y no saludó. El pasillo estaba oscuro, tenebroso, pero su mente se sumía en tinieblas más profundas que las meramente físicas y tangibles. Jacob escuchaba una canción extraña, etérea, que parecía deslizarse por los recodos de la casa con vida propia.

In the middle of the night

You don't know what I'm thinking

But still the stars just sparkle and shine

Seems like all the time our boat was slowly sinking

You didn't even seem to mind

Garbage, un grupo de lejanos tiempos pasados. Anteriores a la época colonial. Una canción que había escuchado un millón de veces antes, no porque la gustara, sino porque también Kain solía ponerla a menudo, pero que en ese momento cobró un extraño y complejo significado. O tal vez ella trató de dárselo. Es bien sabido que los recuerdos más vivos y difíciles de olvidar son a menudo sonoros o táctiles más que visuales.

—Tengo que escuchar a ese nuevo grupo del que todo el mundo habla, The Jammers creo que se llaman —escuchó decir a Jacob desde la cocina. No sabía si le hablaba a ella, pero no le importaba en realidad. Estaba a un millón de kilómetros de distancia de allí en aquel momento, y desconocía por completo cuál era el camino para regresar.

Deslizó la mano en el bolso. El arma estaba allí. Al contrario de lo que la había pasado con el cuchillo, su tacto la reconfortaba, la hacía sentir segura. Como si fuera parte de ella misma.

Pero no olvidaba a sus hermanos. Ellos eran todo lo que tenía, en realidad. Sus investigaciones no eran nada sin ellos, pero ya no podía estar a su lado. Las cosas no podían ser lo que eran, ella misma no era ya la que era. Fue por eso que al día siguiente tuvo muy clara la pregunta que le hizo a Caronte cuando fue de nuevo a su despacho.

—¿Ellos pueden estar al margen de esto?

—Totalmente. No sabrán nada, actuarás en las sombras, como yo mismo. Para la universidad, harás una estancia de docencia en otro planeta y luego desaparecerás.

—¿Qué hay de mandarles dinero? De manera habitual, por el procedimiento que sea necesario.

Caronte suspiró.

—Puede arreglarse, pero mi señor puede que vea eso como un obstáculo.

—Dile a tu señor que si quiere mi ayuda tendrá que aceptarlo, pero puede que gane mucho extra a cambio —terminó de manera enigmática, sin que el propio Caronte supiera muy bien a qué se refería en realidad.

—Hay algo más —continuó Pat, que cada vez se sentía más como si se estuviera dejando llevar, como si fuera otra persona, alguien con un empuje, un arrojo desconocido hasta ese momento—. Quiero conocerle. Que me explique todo lo que pretende, todo lo que quiere hacer. No hipotecaré todo lo que tengo, por poco que sea, por algo de lo que apenas conozco vaguedades.

Caronte sonrió. Tal vez lo estuviera haciendo por decisión propia, pero ella ya era de los suyos. Su señor se encargaría de que diera el paso final y definitivo, tras el que ya no había marcha atrás.

—Por supuesto. Él está alojado aquí, en Bludgor. Ha venido expresamente para conocerte, tiene mucho interés en tus trabajos, pero creo que cuando te vea en persona ese interés va a verse aumentado de manera notable.

—Vayamos, entonces —dijo Pat, como si alguien manejara sus palabras. Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa metálica del despacho. Acto seguido se cruzó el bolso, abrió la puerta y la sostuvo para que su misterioso invitado, que se estaba poniendo el abrigo y el sombrero, saliera primero.

Nada más salir entraron en un deslizador negro que estaba aparcado a la entrada de la universidad. Pat no se amedrentó por lo desconocido de la situación. De hecho incluso se alegró por dentro. Fuera lo que fuera lo que la pasaba, la estaba haciendo sentir viva, renacida. Como si a partir de ese momento la vida no fuera más que un conjunto de situaciones y retos que había que superar para obtener el gran premio final.

No hablaron apenas en el trayecto. No era necesario hacerlo. Caronte ya había dicho todo lo que tenía que decir. A partir de ese momento, eran otros que estaban por encima de él los que tenían que tomar la palabra.

El deslizador paró frente a un hotel del centro que Pat desconocía por completo. No era muy lujoso, pero tampoco pasaba por ser un antro de mala muerte. Aun con cierta altivez, aquel a quien iban a ver parecía tener cierto interés en pasar desapercibido de manera modesta.

Entraron en el hall y casi todo el mundo se giró al verlos pasar. Fue en ese instante preciso cuando Pat comprendió que todas las personas que allí estaban trabajaban para el mismo amo que aquel anciano que le había hecho de guía hasta el edificio. Empezó a ser consciente de que tendría que desarrollar su intuición y sus sentidos de maneras que hasta ese momento eran nuevas y fascinantes hasta que tales observaciones se volvieran poco menos que monótonas y rutinarias.

Tomaron el ascensor a la última planta. Allí se dirigieron a la habitación del final del pasillo. No había un alma por ningún lado. Pat no se sorprendió en lo más mínimo por ello.

Caronte llamó, y al no recibir respuesta, abrió la puerta. Tiempo después Pat averiguaría que la ausencia de respuesta se debía a que Hades sólo daba órdenes cuando era estrictamente necesario y no se desprendían del contexto.

La habitación, extensa y con un amplio ventanal, estaba en la más absoluta tiniebla salvo por la luz que emanaba de la ventana. Un hombre algo, erguido, miraba al exterior, y parecía llevar mucho tiempo haciéndolo. Estaba cubierto por completo con una suerte de túnica negra que le daba un porte casi señorial, más propio de emperadores clásicos que de gobernantes del futuro. Estaba de espaldas y una capucha tapaba su rostro.

—Puedes retirarte, Caronte, gracias —fue su único comentario. El anciano hizo lo obedecido con la máxima dilación.

Pat notó que cerraba la puerta al marcharse.

—Es sólo una medida de seguridad —explicó el desconocido—. Como habrás supuesto yo soy al que llaman Hades y del que mi mano derecha te ha hablado. Puedes tomar asiento.

Hades no se giró, y Pat comprendió que no lo haría en ningún momento. Estuvo tentada de preguntar los motivos para ocultar el rostro, pero prefirió contenerse y dejar hablar a su enigmático anfitrión.

—Debo admitir que me he interesado por ti, Pat Fisher. Fue Caronte quien me sugirió que contáramos contigo, pero he estudiado tu vida, y me parece… interesante.

—¿Interesante, mi vida? —comentó Pat, sorprendida.

—Así es. Al igual que yo, tú lo has dado todo por ayudar a tus seres queridos. Has sacrificado tu carrera y tu futuro por sacar adelante a tus hermanos. No soy un hombre necio ni ciego a los avances de la ciencia. No soy un experto en tu área de estudio, pero soy plenamente consciente de que si te hubieras visto libre de la carga de tus responsabilidades familiares seguramente serías en este momento conocida por la mayor parte de los colegas de tu disciplina.

—¿Por qué me cuenta todo eso?

—Sólo quiero enfatizar que aprecio tu dedicación y tus prioridades, e imagino que no querrás dejar a tus hermanos abandonados a su suerte.

Pat esperó un momento, y tomó aire antes de continuar.

—Quiero dejarles. Necesito dejarles. Seguiré mandándoles dinero, pero este ya no es mi lugar.

Hades estuvo a punto de girarse, pero se limitó a mover la cabeza levemente. Aquel comentario captó sin duda su atención.

—¿Qué te ha llevado a esa terrible conclusión?

—Yo les quiero, pero ya no soy la misma. Nada podrá ser igual. Ahora, sólo seré veneno para ellos.

—Noto la huella de un pasado trágico, tal vez de un hecho reciente traumático. Otros que se han unido a mí lo han hecho movidos por el potencial de mis ideas o la necesidad de cambiar la sociedad de manera radical, desde abajo y de raíz. Pero tú… tú soportas la misma carga que yo, Patricia Fisher. Tú quieres desaparecer, ser otra cosa. Yo puedo concederte eso. Serás una de mis personas de confianza. Juntos descubriremos tus talentos ocultos. Ahora, sin embargo, sólo te pido una cosa en términos inmediatos, algo que tiene que ver con tu investigación.

—¿De qué se trata?

—Yo te haré desaparecer en términos prácticos. A cambio, deseo que tú me hagas desaparecer a mí.

»Literalmente.

Pat empalideció. Lo que le pedía era algo terrible, casi inconcebible para ella. Nunca había pensado que nadie quisiera eso para sí mismo de manera permanente e irreversible.

—¿Por qué? ¿Por qué algo así?

Hades permaneció callado unos segundos. Cuando empezó a hablar, su voz sonó débil y lejana, como la de alguien que hablara desde la distancia.

—Hubo un accidente. La mujer a la que amaba, y aún amo, sufrió horribles quemaduras. Yo también. Nuestros enemigos estuvieron a punto de matarnos, pero no lo lograron. En vez de eso, me hicieron más fuerte. Indestructible.

»Pero cada vez que me miro al espejo, veo a aquel que fui y ya no quiero ser. Veo la sombra del fracaso en mi patética rebelión personal. Pero sobre todo… veo al hombre que no pudo salvar a la persona a la que más quería en el mundo.

Pat no dijo nada en ese momento. ¿Qué podía decir ante semejante declaración? Sin embargo, le costaba respirar. El aire no llegaba a sus pulmones. Era porque en aquel momento, aunque no lo supo mucho más tarde, se acababa de enamorar de un hombre al que ni siquiera había visto la cara y que era consciente de que no la correspondería jamás.

—Si hago eso —empezó a explicar— se volverá ciego por completo. La luz no llegará a sus ojos. El sonido no penetrará en sus oídos.

—Lo arreglaremos con un casco que llevaré siempre puesto y perfilará mi silueta. Es un precio pequeño a pagar a la hora de generar la imagen que llenará de temor a mis enemigos. En estos tiempos terribles hay que llevar a cabo sacrificios aún más terribles para poder seguir adelante con nuestros objetivos.

Se quedó callado un momento antes de continuar.

—Debo suponer que aceptas, entonces.

Pat no dijo una palabra. No era necesario. En ocasiones, hay pactos que cambian para siempre la vida de una persona y que se sellan solamente con el silencio.

***

Perséfone se alejó del que había sido su antiguo barrio y decidió, maleta en mano, poner línea recta hacia la facultad que tantas horas de su vida la había hecho desperdiciar. No había nada de bucólico ni melancólico en aquella decisión. La visión de su hermano Kain manejando puñales invisibles le hizo pensar que tal vez se hubiera hecho cargo tanto de sus prototipos como de su antiguo despacho, al ser, tras la muerte de Jacob, su único pariente vivo en la ciudad, lo cual implicaba que aquel podía resultar un sitio tan bueno como cualquier otro en el que encontrarle.

A medida que caminaba por los pasillos notó que los rostros de los alumnos eran nuevos, y ninguno le sonaba de lo más mínimo siquiera. Los profesores, por otro lado, apenas habían cambiado, pero ninguno fue capaz de reconocerla. Sólo algún antiguo estudiante que había pasado a ser docente o alumno de tesis se giró levemente al verla pasar, pero la ausencia de gafas, ese porte decidido y, sobre todo, la manera en que cogía el bolso, le hicieron olvidar el parecido que por un momento se había formado sobre su cabeza.

La puerta de su despacho estaba cerrada, pero su nombre seguía apareciendo en la placa de metal bruñido. Seguramente si no la cambiaron, pensó, fue por motivos económicos. Metió la mano en el bolso y sacó la llave. De manera instantánea, sin dudar ni un segundo. Conocía los recovecos de ese bolso mejor que los surcos y detalles de su propio rostro y piel. Esperaba no perderlo, como le había pasado con algunos de los anteriores. Le llevaba tiempo modificarlos y practicar con ellos hasta poder manipularlos como las armerías portátiles y letales que acababan siendo en sus expertas manos.

Nada más abrir notó la capa de polvo que cubría todo el ambiente salvo la mesa, así como la nota que estaba manuscrita sobre la silla de madera, clavada con un puñal. Hubiera reconocido la letra en cualquier lugar del mundo.

Te espero en las Colinas de la Escoria. Allí acabaremos con esto.

No le sonaba de nada aquel emplazamiento, pero por supuesto no tardaría en averiguarlo. Teniendo en cuenta la situación de huelga de basuras de la ciudad se hacía una idea aproximada de a qué clase de lugar se estaba refiriendo.

Nada más girarse notó que la puerta estaba un poco más abierta de como ella la había dejado. Aunque los años hacen que uno olvide muchas cosas hay detalles que no se pierden en la memoria, y uno que ella recordaba era que aquella puerta mal engrasada no se movía nunca por sí misma del sitio.

Metió la mano en el bolso y la sacó, apuntando al frente. Era imposible saber qué clase de arma llevaba en ese momento.

—Muéstrate, Kain —se limitó a decir.

—Lamento decepcionarte —dijo una voz que conocía muy bien, justo antes de materializarse el intruso ante ella.

—Caronte —dijo Perséfone mientras guardaba el arma en el bolso.

—¿No me apuntas? Me siento subestimado.

—Tú eres el diplomático de Hades, no su verdugo —se limitó a decir con sencillez, cerrando la puerta.

—A lo mejor he ascendido en este tiempo.

—No me hagas reír.

Caronte empezó a moverse por la sala, apoyado en su bastón, posando la mirada aquí y allá en los prototipos viejos y llenos de telarañas, con todo su potencial y esplendor perdido.

—Parece que fue ayer cuando nos conocimos en esta misma sala. Quién lo diría.

—¿Qué haces aquí, Caronte? Pensaba que Hades había dado orden de matarme a la mínima oportunidad.

—Creo que consideras a tu antiguo señor como poco menos que un tirano, y esa es una visión… inapropiada. Ahora mismo él tiene sus propios problemas, y por lo que he visto, tú tienes los tuyos, como le he comunicado.

—¿Me vigilas, acaso?

—¿No es esa siempre mi misión, ser los ojos de Hades cuando necesita tener la vista puesta en más de un lugar al mismo tiempo?

—Así que ahora ni siquiera soy su prioridad. Genial. La humillación que me faltaba por escuchar.

—No seas insolente y escucha. Hay algo más por lo que me envía. Algo que puede que te sirva para entender lo que te está pasando. Considéralo un regalo, pero que no te lleve a engaño, todo sigue como ayer y el día anterior a ayer.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Se trata de tu hermano, Jacob Fisher. Hades sabía lo de su muerte, pero no quiso decírtelo.

—¿Qué es lo que le ocurrió? —preguntó Perséfone, ya sin tratar de fingir ni aparentar indiferencia.

—Murió en la Guerra de las Ocho Colonias. Se alistó para formar parte de la flota aérea de Bludgor. Fue abatido en uno de tantos combates estelares que se produjeron en la órbita de la Tierra.

—No lo entiendo —se dijo Perséfone a sí misma, más que a su interlocutor—. Jacob era impulsivo, pero nunca le hubiera imaginado siendo un soldado.

—La vida puede cambiarnos de maneras imprevisibles, deberías saberlo bien —se limitó a comentar Caronte—. Ahora te dejo, pero no estaré lejos. Creo que tienes asuntos personales que atender —miró hacia el puñal clavado, aún con un trozo de la nota en su filo.

Salió por la puerta, sin ninguna pompa ni ceremonia, y dejó a Perséfone sola de nuevo con sus reflexiones. Miró a las estanterías. Faltaban prototipos. No había que ser muy listo para saber por qué.

De modo que todo acababa ahí. Acababa en ese momento. Tendría que ir al encuentro de su hermano y, tal vez, morir a sus manos.

Dejó la maleta en el despacho y se marchó en busca de información sobre el lugar al que tenía que dirigirse. Fue incapaz de tocar siquiera el puñal para desclavarlo de la silla en la que estaba alojado.

EN EL PRÓXIMO NÚMERO:

¡La pelea final entre Perséfone y Kain Fisher! Además de eso, descubriremos el crucial papel que la asesina tuvo en la organización de Hades… y sus imprevisibles consecuencias. No te pierdas la conclusión de ‘La visión de lo invisible’.

[haz clic aquí para leer el número anterior] [haz clic aquí para leer el número siguiente]

0 comentarios:

Publicar un comentario