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EN EL ÚLTIMO CAPÍTULO:
EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO:
¿Ha matado Perséfone a Kain? ¿O es todo una nueva ilusión de Afrodita? En el próximo capítulo descubriremos el final de esta emocionante aventura.
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EN EL ÚLTIMO CAPÍTULO:
Perséfone recuerda cómo Afrodita y ella llegaron a convertirse en antagonistas, cuando ambas pertenecián a la organización de Hades. Ella misma había creado a la que ahora era su enemiga.
La gente que se
apelotonaba frente al pórtico de columnas tendía a dispersarse cuando llegaba
la noche, el rumor de las conversaciones descendía y los que se quedaban allí
tendían a hablar en susurros, como si estuvieran delante de un templo. No eran
muchos, los que habían conseguido llegar más cerca de la escalinata y preferían
quedarse a la intemperie a perder el sitio. El alcalde había destinado una
patrulla para vigilarlos, pero hasta el momento no se habían producido
altercados; se les veía nerviosos, preguntándose por qué no iba más rápida la
selección de personal o afirmando que todo aquello no era más que una
estrategia publicitaria para llamar la atención sobre el complejo antes de
inaugurarlo y que los trabajadores estaban ya más que contratados. Algunos
miraban hacia la puerta cerrada, pero nadie intentaba pisar los escalones de
mármol.
Lya observaba a los desconocidos oculta por la sombra de las columnas.
Hubiera deseado que se marcharan todos, en ocasiones cerraba los ojos y deseaba
que desaparecieran pero cuando los abría continuaban allí. Podía alejarse de la
entrada con la confianza de que ninguno de ellos intentaría entrar pero, a
pesar de eso, se sentía inquieta. La multitud le daba miedo. Eran tantos y tan
parecidos, los veía a todos iguales, terribles como los escorpiones. Agradecía
a Afrodita que acabara con ellos cuando los hacía entrar al edificio. Uno de
aquellos hombres quería matarla y no podía adivinar cuál de ellos sería.
Presentía que uno de los que se quedaban, uno de los que miraban hacia la
puerta. De noche eran pocos pero eran más temibles porque eran los que no
tenían miedo.
Le gustaba la puerta del edificio, los muros gruesos que la hacían
sentirse segura. Se decía que no podían entrar y se ocultaba dentro en cuanto
los desconocidos se convertían en sombras amenazadoras, pero esa noche no
podía. Esa noche el edificio había dejado de ser un refugio seguro y por eso
permanecía allí, escondida detrás de las columnas, en ninguna parte, lejos de las
sombras que se agazapaban a pie de los escalones, lejos de las tres personas
que habían entrado esa tarde y que aún seguían vivas.
Afrodita había encerrado a los dos hombres en una habitación y parecía
haberse olvidado de ellos. Lya no lo había hecho y se había pasado toda la
tarde dando vueltas por el pasillo, escuchando sus conversaciones tras la
puerta cerrada, volviendo al pórtico que nadie más había atravesado ese día. Y
también pensaba en la mujer que había llegado con los dos hombres, que se había
alejado con Afrodita y no sabía dónde estaba. Esa mujer le daba aún más miedo
que los hombres, no sabía por qué, pero esa voz interior que nunca sabía la
causa de las cosas pero que siempre la había ayudado a sobrevivir le decía que
tuviera cuidado. La voz susurrante y el miedo eran los dos amigos a los que
siempre hacía caso.
Ahora le decían que se alejara, que volviera a esconderse entre la
basura, donde nadie pudiera encontrarla. Desde el pórtico miraba hacia todas
partes, pero el único sitio al que podía huir era el jardín lleno de sombras
acechantes. Las Colinas de la Escoria habían desaparecido. Intentó convencerse
una vez más de que al lado de Afrodita estaba a salvo.
No lo logró. La seguridad era solo apariencia y en cualquier momento el
peligro podía abalanzarse sobre ella y no podría hacer nada. ¿Por qué no podía
hacer nada? Ella también podía defenderse y matar, pero no estaba segura de
conseguirlo sin sufrir ningún daño. ¿Y si la víctima se revolvía? Tendría que
matarla de un único golpe para que saliera bien. Y eso le parecía algo tan
difícil. Podía ser ella la que acabara en el suelo con mucha más facilidad que
si permanecía escondida, esperando que no la vieran. Solo tenía que cometer un
fallo para que el ataque se volviera en su contra.
Eso era lo que él siempre le decía. Él también le daba mucho miedo, con
esos ojos brillantes y ansiosos que la miraban fijamente.
Nunca era amable.
Solía quedarse callado mucho tiempo, perdido en sus pensamientos, como si
en realidad estuviera a muchos kilómetros de distancia. Otras veces se daba
cuenta de su presencia y hablaba, largos discursos que Lya entendía solo en
parte. No esperaba respuesta, pero tampoco dejaba de mirarla y eso era lo que
más miedo le daba.
—No somos más que escoria, tú y yo. Basura… El que te haga creer otra
cosa miente. El que te haga hermosas promesas quiere traicionarte. Todos te
abandonarán, no lo dudes, incluso las personas que crees que no lo harían
nunca… Te agarras a Afrodita como una garrapata. No deberías… Jamás confíes en
nadie.
En quien no confiaba era en él, aunque nunca la había atacado. Su voz
interior le decía que estaba viva porque él no la consideraba peligrosa.
Cuando entró esa noche en el edificio no subió las escaleras sino que las
bajó hasta llegar a las profundidades del templo, buscándolo. A Lya le costaba
mucho articular las palabras y no estaba segura de emplearlas de forma correcta
así que casi nunca hablaba, se limitaba a mirarlo fijamente, esperando que él
adivinara qué quería.
—¿Te manda Afrodita?
Lya negó con la cabeza y le hizo señas para que la siguiera.
—¿Qué quieres….? Oh, de acuerdo. Voy.
La siguió con aparente desgana, las manos metidas en los bolsillos y la
cabeza gacha, aunque Lya sabía que estaba preparado por si ocurría algo.
Caminaba a cierta distancia, nunca se acercaba mucho a ella. Nadie lo hacía, ni
siquiera Afrodita, pero ni siquiera el alejamiento físico conseguía que se
sintiera segura. Lo guió hasta una de las habitaciones, a través de la puerta
cerrada se oía a dos hombres discutiendo.
—Juguetes de Afrodita —murmuró él, moviendo la cabeza—. Déjalos…
«Mátalos», quería pedirle Lya. Ojalá pudiera ordenárselo, pero él se
había cruzado de brazos y escuchaba con atención la conversación de los
prisioneros, que para ella no tenía ningún sentido. Fruncía el ceño y se lo
veía cada vez más inquieto. Por un segundo parecía que iba a entrar y Lya
aguantó la respiración, deseándolo. No lo hizo. Se apartó de la puerta después
de pensarlo un segundo y se alejó sonriendo, sin que ella supiera qué pasaba. Lo
único que quería era sentirse a salvo. Quiso llamarle y pedirle que volviera
pero su voz sonó como un quejido, incapaz de pronunciar bien su nombre. Él se
giró un momento, el miedo debía transparentarse en su rostro y él disfrutaba
con ello. Le lanzó algo, como un potentado dando una limosna. Lya escuchó un
sonido metálico a sus pies.
Perséfone se
recuperó a duras penas de la impresión que le causaban aquellos cadáveres
descompuestos e intentó no mirar la sangre, que había acabado formando un
pequeño lago inmóvil entre los escombros. Hizo lo que pudo por ignorar los
cuerpos que pisaba en su huida. Una vez que la ilusión se había desvanecido
todo lo que tenía a su alrededor eran hierros retorcidos que habían sido
transformados por Afrodita en las plantas que rodeaban el supuesto invernadero
y tuvo que trepar por ellos para alcanzar la cima de la colina. Llegó con
dificultad y se quedó arrodillada, sin atreverse a ponerse de pie. Levantó la
cabeza un momento y el viento golpeó su rostro como si le diera una bofetada,
pero fue una sensación agradable que se llevó el olor a cadáver en
descomposición que tenía metido en la nariz. Observó a su alrededor, había
anochecido y todo estaba en sombras, las toneladas de basura se extendían hasta
donde abarcaba la vista.
No tenía muchas opciones. Podía pasar la noche allí y esperar a que
amaneciera o podía intentar volver a casa. La segunda era con diferencia la
idea que más le gustaba. Su pequeño apartamento de pronto le parecía un
auténtico hogar donde podría darse una larga ducha, le costaría quitarse aquel
desagradable olor de encima, pero lo lograría y podría olvidarse de todo. Y
después… podría huir. Marcharse de Blugdor no le parecía mala opción. Si
Afrodita la perseguía dejaría tranquila la ciudad, quizás no podría salvar a
sus compañeros prisioneros pero sí a mucha gente inocente. ¿No era eso lo
importante? Preocuparse por los demás y no por ella misma… ¿A quien intentaba
engañar? ¿Importaba acaso? No tenía que darle explicaciones a nadie. Buscó una
linterna en su bolso para iluminar el camino. No iba a ser fácil.
Suspiró. Era imposible que los encontrara, por mucho que los buscase. El
lugar era inmenso, no sabía dónde podían estar ni en qué dirección dirigirse.
Ella había escapado de la ilusión y no era fácil orientarse fuera de ella y
reconocer entre los desechos las escaleras y los pasillos que había seguido. Y
ellos no serían capaces de adivinar que todo lo que les rodeaba era falso.
Quizás incluso ya estaban muertos y todo lo que intentara sería inútil.
¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que pensar en ellos?
Porque era culpa suya, solo por eso, porque si no fuera por ella Algernon
y Martin seguirían en la entrada guardando cola y protestando porque nadie les
hacía caso. Vivos. Siempre metía en problemas a la gente que la rodeaba.
No era extraño que todos la terminaran odiando.
«Soy capaz de destruir la ciudad intentando salvarla. ¿Te gustaría eso,
Scream? No sabes el bien que te hice alejándome de Ernépolis».
Sin embargo, alejarse de sus hermanos no fue para bien. ¿Habrían
resultado mejor las cosas si se hubiera quedado? Lo pensaba todas las noches,
aunque no servía de nada preocuparse por algo que no podía cambiar.
Tal vez si hubiera estado con ellos las cosas habrían sido iguales o
peores. ¿Podría haber sido peor? Había visto el cielo desde otros planetas,
entendía que Jacob también hubiera querido verlo. Aunque ella hubiera estado
allí, en algún momento él habría necesitado volar.
Y no lo habría retenido, y Kain seguiría echándole la culpa. Sin embargo,
pensar que el resultado habría sido el mismo no hacía que se sintiera mejor.
Trastabilló y estuvo a punto de caer al suelo. Veía reflejo de luces a lo
lejos, pequeños puntos de luz que podían ser faroles o linternas. Decidió
dirigirse hacia allí y no solo por la esperanza de encontrar gente. Era el
único punto que le garantizaba que no se movía en círculos.
Apenas avanzó unos metros cuando sintió que algo pasaba rozando su
hombro. Algo que no veía. Se detuvo y apagó la linterna. Su primera reacción
había sido iluminar el lugar desde el que había venido el ataque, pero era
inútil. Sabía que no lo vería si él no lo deseaba, así al menos tenían la misma
ventaja.
—Podría haberte matado, estás siendo muy descuidada, Pat —oyó como Kain
salía de su escondite y avanzaba hacia ella. A la luz de las estrellas era solo
una sombra oscura. No tropezaba, caminaba con esa seguridad que había adquirido
en los últimos años y levantaba el brazo y movía los dedos como si jugara con
un palo invisible.
Seguramente era un puñal.
Perséfone volvió a encender la linterna y desvió el haz de luz al suelo,
a la misma distancia de ambos. Los dos con la misma ventaja.
En ese momento, Perséfone deseó encontrarse dentro de la ilusión. Allí
podría pensar que Kain no era real, que era una más de las trampas de Afrodita
para hacerle daño. No lo era, o quizás sí. Kain no podía estar allí por
casualidad.
—Parece que volvemos a encontrarnos donde lo dejamos —siguió él—. Y esta
vez soy yo el que tiene ventaja. Son mis aliados los que nos rodean.
—Kain, no tienes ni idea de quién es Afrodita y lo que puede llegar a
hacer. Ella me odia y quiere hacerme sufrir —¿seguro? ¿o era al revés? En ese
momento no importaba demasiado, tenía que convencerle—. Sabe que hacerte daño a
ti me lo hará también a mí. No estás seguro con ella. Te está engañando. Te
traicionará.
—¿Igual que hiciste tú? No, Pat, te equivocas. Ella nos encontró aquí, a
mí y a la niña silenciosa. Fue una grata sorpresa cuando descubrí que teníamos
odios en común.
—¿Le dijiste que eres mi hermano? —si no se lo había dicho, si pensaba
que solo era un enemigo más de los muchos que tenía… tal vez Kain tenía una
oportunidad—. ¿Se lo dijiste, Kain? —insistió. Él no contestó a la pregunta.
—No vas a engañarme, sé que no soy yo quien te preocupa… ¿Quién es?
¿Alguno de los dos idiotas encerrados? Sí, siguen vivos aunque no sé por cuánto
tiempo. Podría llevarte con ellos… ¿Te gustaría? Podría llevarte y que vieras
cómo los matan. ¿Te gustaría, Pat? Ver lo que has hecho, por una vez. Pero tu
estilo es más salir corriendo ¿no?
—Las cosas no siempre son lo que parecen, Kain. Escúchame. Ni siquiera la
muerte de Jacob fue como creíamos. Me han contado cosas que…
Kain resopló y ella detuvo la frase sin terminarla. No tendría que
habérselo dicho, era mejor que no supiera nada. ¿Engañarle? No, protegerle. Lo
que no conoces no te hace daño. Y dolía. Dolía mucho.
—¡No pronuncies su nombre, no tienes derecho! ¡Dejaste de tenerlo cuando
te fuiste!
Él gritó y ella sintió que tenía razón. No avanzó ni hizo intenciones de
atacarla, se limitó a chillar, a insultarla, dejó salir palabras de rencor y
desprecio que herían más que las armas. Y mentiras. Tan exageradas que ni él
mismo podía creerlas. No lo hacía. Kain quería que enfadara, que la ira la
llevara a lanzarse sobre él y pudiera acusarla con motivos, pero Perséfone no
sentía rabia sino que cada palabra era una gota que se agolpaba en su lagrimal,
pugnando por salir. Contuvo las lágrimas, contuvo el deseo de echar a correr
hacia él, de abrazarle muy fuerte y hundir la cabeza en su hombro. Nunca lo
había hecho, siempre había sido él quien buscaba su consuelo, ella tenía que
ser la fuerte. Porque era la mayor y ellos confiaban. No podían ver que también
tenía miedo, que podía fallar. «Y ahora ya lo sabe, y ya no puedo hacer nada.
¿Es tan malo que vea que no soy invencible? ¿Tan terrible es que sepa la
verdad? que puedo equivocarme. Que les fallé… Es la verdad. Soy yo la que
quiere seguir siendo invencible». Perséfone retrocedió un paso, tropezando.
Levantó la linterna y él avanzó hacia ella, sin deslumbrarse.
—¿Ahora usas armas que puedo ver? Me decepcionas, hermanita.
Por un momento se sintió desconcertada, no había sacado el arma aunque su
mano estaba preparada para introducirse en el bolso, pero por el momento se
limitaba a alumbrarlo con la linterna, bajando de nuevo el haz porque no quería
deslumbrarlo. Miró entonces su brazo extendido y comprendió. Ella estaba fuera
de la ilusión, pero él debía estar dentro y Afrodita estaba alterando la
realidad. ¿Cómo la veía su hermano? ¿Cansada, sucia, derrotada? Así era como se
sentía. ¿O se presentaba ante sus ojos altiva, orgullosa y cruel? ¿Tenía Kain
en realidad ese aspecto amenazante? ¿Iba a atacarla? No sería la primera vez.
La linterna tembló en su mano, pero no la apagó, metió la otra en el
bolso y buscó a tientas la pistola. Se sintió más segura con el dedo en el
gatillo aunque no le apuntó. «No lo hará», se dijo. Pensó que estaba a
suficiente distancia para darle en el hombro si apuntaba bien, sería suficiente
para desarmarlo. No. No tenía ni que pensar en eso. El sonrió, como si
adivinara la lucha de Perséfone entre su razón y su instinto, sus ojos seguían
fijos en la linterna, como si esa fuera el arma de la que debía protegerse.
Kain levantó el brazo y su mano hizo el gesto de lanzar el puñal pero era un
farol y ella lo supo al instante. No miró el aire ni esperó el golpe,
contemplaba los dedos, que aún estaban arqueados, sujetando el arma que no
había lanzado. Él no se movió y frunció el ceño con ese gesto de fastidio que
hacía cuando las cosas no le salían bien. Perséfone tragó saliva al recordarlo.
Kain no era tan distinto al niño que fue una vez. Ella lo conocía tan bien. El
estallido de rabia que seguiría, sus intentos torpes de volver a intentarlo, su
frase, siempre murmurada entre dientes, más para sí mismo que para los demás
«pues ahora sí que lo haré».
El puñal salió volando y esta vez él estaba muy serio. En la lucha
interior de Perséfone ganó el instinto y su corazón se aceleró al comprender lo
que estaba haciendo. «¡No! ¡No» El brazo iba más rápido que el pensamiento,
levantó la mano que sostenía la pistola y disparó sin poder impedir que él
actuara primero. Sintió de pronto el impacto del puñal en la mano que sostenía
la linterna, que salió despedida. Oyó un quejido delante de ella, el golpe de
algo grande que caía. ¡Kain! ¿Qué había hecho? La linterna rodó por el suelo y
se apagó. Todo quedó a oscuras. ¡Maldita sea! ¡Mil veces maldita! No perdió el
tiempo y corrió en la oscuridad, hacia él, recriminándose su nuevo error. Otro
más. Porque había disparado al hombro ¿No era cierto? Había sido su deseo, su
intención. ¿Lo había hecho, en realidad? ¿O había actuado sin pensar, como la
profesional que era? Que había sido, en otra vida… Que aún era… ¡Quería dejar
de pensar! ¿Había actuado como siempre? Si disparaba por instinto siempre lo
hacía al corazón. Pero esta vez había pensado, lo había hecho. El hombro.
Trastabillaba en la oscuridad, resbalaba, retrocedía, se agarraba con las manos
a cualquier saliente que encontraba entre la basura. Kain parecía estar siempre
demasiado lejos. No iba a echarse a llorar.
El bulto estaba ya delante de
ella, a tan solo unos pasos Entonces oyó una risa a su espalda, la voz
melodiosa no ocultaba el sarcasmo cuando habló.
—Yo no he hecho nada —se excusó Afrodita—. Has sido tú. Tú misma. Lo has
matado.
EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO:
¿Ha matado Perséfone a Kain? ¿O es todo una nueva ilusión de Afrodita? En el próximo capítulo descubriremos el final de esta emocionante aventura.
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4 comentarios:
Este capítulo inicia donde quedo el capitulo 9; y nos muestra también la historia desde la perspectiva de un personaje secundario. La historia, cada vez más interesante e interna; podemos ver el alcance de Afrodita como villana. Excelente como va hilando las cosas para, no derrotar a Persy, sino hacerla sufrir.
Cada vez esto comienza a perfilarse como lo que es: una vendetta contra nuestra antiheroina. El ritmo que lleva la historia esta genial, se nota la diferencia entre los autores. Rae más reflexiva y más reposada. Aun así, la historia se va volviendo interesante porque envuelve.
Lo de cambiar de puntos de vista es muy mío, espero que el lector no se líe xDDD (y ya verás el próximo...) ¡¡Gracias, Will!!!
En los Jammers cambié el punto de vista una sola vez en todo el libro y estaba acojonado de si iba a quedar mal... mi estilo no es, desde luego :D
Yo lo hago mucho, demasiado, quizás. En un capítulo de otra historia tengo tres distintos en un mismo capítulo y me lo criticaron, porque el lector se liaba... es un riesgo que a veces sale mal.
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